“…Y también porque mirar hacia atrás es más remunerador que lo contrario. Mañana es mucho menos atractivo que ayer. Por alguna razón, el pasado no irradia la inmensa monotonía del futuro. Debido a su profusión, el futuro es propaganda.”
Joseph Brodsky
Joseph Brodsky
Nací cuando los 80 iban en declive. Casi tuve que cargar el ataúd de una década que cambió de repente. Pero no recuerdo nada, era demasiado pequeña. No recuerdo ni siquiera las latas de leche condensada en la bodega ni la contra de galletas de chocolate. No viví aquellos años donde la bohemia inundó las calles, ni el nacimiento de la trova, ni las modas exuberantes, ni tantos otros eventos en ámbitos como el literario. Lo sufro. Me doy cuenta y lo sufro.
Pero vivo en una era que tiende a copiar el pasado. El tiempo regresa. Constantemente. Pero llega un tanto —sino mucho— deformado, se expone durante el viaje a modificaciones lógicas de la evolución de la humanidad y no siempre me parece que muestra su mejor rostro. Todo depende también de las personas, del uso que hagan del tiempo transformado una vez que lo tienen en sus manos.
La vuelta cíclica se nota de manera más palpable en la moda. Uno, al principio, es reacio al cambio, pero por extrañas razones casi todos terminan cediendo, dentro de los límites estéticos, por supuesto. Lo digo, porque cuando era pequeña lucía muy orgullosa un short a la cintura, unas alpargatas y gafas de colores. Pensaba, además, que era lo único que me quedaría bien el resto de mi vida. Nada más incierto.
Cuando llegó la noticia de que las prendas inferiores bajaban unos centímetros para iniciarse en la cadera, ¡qué escándalo! Horrible me hará lucir un pantalón a la cadera, pensé firmemente. Nada más incierto.
Igual sucedió con el corte campana, que llevé hasta inicios de la universidad, y del cuál me fue difícil desprenderme. Ni loca me pongo un pantalón tubito, pensé luego, pero de igual manera, sucedió. Hoy me parece que me quedan bien. Sálveme para lo que vendrá después.
También creo que uno no accede a todo cambio. Hay sus excepciones. No me parece que yo vaya a probar nunca con un espendrun, sin embargo, me animé con las gafas cuadradas (o redondas) a mitad del cachete, con las alpargatas —con tanto odio que les tuve alguna vez— y con el corte recto en las pesqueras, shorts y pantalones.
Pero hay otro punto que no coordina y deforma muchos conceptos, como el de la mesura y la sensatez, sobre todo en espacios públicos. No hace tanto abordé la 174, en La Habana, para llegar hasta la Víbora. Dos paradas más adelante montó una adolescente con atuendo recortado y música incorporada. Intentó hacerle alguna pregunta al chofer sobre una parada en la que debía descender, gritaba, mucho, pero el chofer no podía escucharla.
Fue cuado alzó la mano y bajó un poco el volumen de la bocina que sostenía presuntuosamente. El desapacible regguetón dejó de hacer competencia con las canciones de desengaños y traiciones de Marcos Antonio Solís que ya molestaban a algunos dentro del ómnibus. Cuando la chica hubo satisfecho su pregunta, continuó por el pasillo hasta colocarse unos centímetros de donde yo estaba y volvió a subir el volumen.
Recordé entonces que tampoco viví la época de los radios VEF o Selena al hombro, pero que asisto a la transformación dolorosa de ellos. La escena se repitió luego en la ruta 1, y pienso que, poco a poco, el fenómeno se propague por todas las guaguas del país y demás espacios abiertos —o cerrados— igual da.
Bocinas portátiles en mano, con puerto USB, son los radios VEF al hombro del futuro. Sus dueños, sobre todo jóvenes, sin pedir ningún permiso, te inundarán los tímpanos con melodías que no creo sean las adecuadas en todo momento, mucho menos me gusta el sentido de identificación que han creado con la realidad de esas canciones y esas letras, repitiéndolas y coreándolas. Ojalá un día, alguno me sorprenda reproduciendo buena trova cubana, o a Drexler, o a Djavan, no sé, que de algún modo grato me sorprendan.
Mientras tanto, continúo pensando en las latas de leche condensada en la bodega.
No sé Mel, a veces me parece que esto de que no nos guste la música de los adolescentes es un síntoma de vejez, de que nos estamos poniendo viejitos, porque cuando estábamos en esa edad escuchábamos música que desagradaba a los adultos. Mira, mejor creer que los adolescentes, con todas sus hormonas alteradas y sus neuronas en ebullición aprehenden todo lo que les tiren, sean bueno o malo, pero que algún día evolucionarán, tomarán conciencia de la m... que escuchan y comenzarán a ser más críticos con la otra generación y con ellos mismos. Un abrazo.
ResponderEliminarOjalá sea como tú dices Chely, y que con el tiempo cobren toda la madurez que necesitarán... no es solo "la músuca" sino todo lo que está detrás de ello. Un beso enorme y gracias siempre por leer. Meli...
Eliminaryo tambien espero algún día oír una buena canción y no ese boom boom que me vuelve loca,mientras tanto al igual q tú pensaré en las latas de3 leche condensada q no alcancé a ver
ResponderEliminarCreo que esta muy bien todo lo que dices, especialmente por esos irresponsables que no respetan los lugares publicos y piensan que estan en el cuarto de su casa,.....no se si te acuerdes de mi, te escribi hace algun tiempo pero no me respondiste, bueno espero que todo este bien por alla, y sigue asi con lo tuyo que se te da muy bien. Yan
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