martes, 28 de febrero de 2012

Oscuridades

Era de noche. La oscuridad comenzó comiéndose la casa. A eso de las 6. De repente todo fue negro: nosotros, los cuentos románticos, los libros de aventuras donde planeamos naufragar alguna vez, los cuadros de Monet que estaban colgados en las paredes y los de Toulouse. Fueron desapareciendo los colores en una danza terrible de sombras. Y nos quedamos de frente, con las manos apretadas y en los pies en firme para no tropezar; pero sin querer, tropezamos con la oscuridad.

viernes, 24 de febrero de 2012

Esperando con la piel abierta

Son apacibles los días. Me faltas demasiado en las letras (hay letras muriendo en casa) y sin ti no hay paseos de sinécdoques. Nadie entiende mis cuentos, entonces ellos se ponen a llorar pegados a las ventanas. Regresa en la noche, anda, al menos en una y devuélveme todo lo que te llevaste. No creo sea demasiado cruel pedirte que liberes a mis musas. Suéltalas, déjalas que vuelen, que migren, que abran las alas, que sean abatidas por tempestades y por soles y por nubes. Yo estaré con la piel sajada, esperando, terriblemente esperando, a que se metan dentro. Y aún, y siempre, habrá espacio para tu cuerpo de colores.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Esta vida tiene plumas

La vida pasa trabada en las alas de un ave, casi cayéndose. Si te fijas, la verás agarrada con los pies y las manos y la boca, mordiendo las plumas o la carne -indistintamente- para no soltarse. Migra y uno se queda así con una nostalgia increíble y tiene sueños con lugares que jamás conoció y llora si hay tempestades y siente un dolor en los brazos que no se puede explicar. También regresa, no siempre cuando hay mejor tiempo, no siempre cuando la esperan del otro lado; y se encuentra con realidades bien distintas: el nido inundado por las goteras y el vecindario con alguna plaga.

Por eso, cuando un cazador dispara y atina y muere un ave que iba con las alas abiertas, hay un deceso. Cuando una escopeta detiene la respiración a mitad de las nubes, no queda más que un silencio en alguna casa y luego están las lágrimas y los pañuelos que uno exprime por las esquinas y los familiares que llegan vestidos de negro y comentan en los funerales sobre la magnificencia del fallecido.

Afuera siempre están las aves.

lunes, 20 de febrero de 2012

SOS (o sms)

El nombre mismo de la canción no prometía demasiado: sms; así que ya estaba predispuesta cuando comencé a escucharla. No estoy diciendo que todos los músicos y/o compositores tengan que escribir letras como las de Sabina, Israel Rojas, Polito, Varela, Frank Delgado, Pablo, Silvio, entre muchísimos más. No, no es eso, porque ya sé que a todo el mundo no le nace de adentro estas cosas: “porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren” o “ya sé que la anarquía es libertad podrida y esbeltas democracias como los bonsai, que hay dictaduras maquilladas de poesías, que la tristeza va drogada de alegría, y en las revoluciones... tiempos que esperar” o “y es que nunca nos dimos cuenta que vivir no es solo ir y venir de vuelta, dime para que sirvieron tantos sueños escondidos tras las puertas” o “déjame repasar tus accidentes detenerme a palpar cada medida humedecer tus ojos y tus fuentes y penetrar al fondo de tu vida”.

Pero tampoco creo haya que hacérsele culto al sin sentido, a la simpleza. No sé cuál será la solución, ni la fórmula para evitar que se propague un estribillo como este: -pero ojala que algo pueda hacerse- "mándame un sms pa ver cómo lo hacemos" (es decir, si el chico no tiene celular queda fuera de competencia). "Te quedaste apaga´o, te quedaste sin luz, y ahora si tú quieres verme, conéctate por bluetooth". Sin palabras.

viernes, 17 de febrero de 2012

Derrumbes


Uno nunca sabe cuándo va a ocurrir un derrumbe. Uno no camina mirando al cielo, ni se fija demasiado en las rajaduras de las paredes, como si no valiera la pena detener el desplome o como si tuviera cosas más importantes de que ocuparse; ¿cuáles? No lo sé, pero uno siempre camina miando hacia el frente –a veces al pasado-, sin escaleras para evacuar, ni cascos para protegerse, tampoco con los números de las ambulancias tatuados en la frente.

¡Hay tantas cosas en la vida que se derrumban!: un castillo de arena (o de naipes), una pirámide, un edificio, un proyecto, una verdad, una mentira, un juego, un matrimonio, una promesa, una montaña, un sueño, un amigo, una vida, el fin; sí, ¡hasta los finales!

miércoles, 15 de febrero de 2012

La pantalla

 "… pero sucede que hoy el tiempo se ha sentado a mi mesa, / y me ha mirado / con un ojo tristísimo".

Yamil Díaz Gómez

Ya no es la de ayer, no tiene la piel tan blanca ni la sonrisa tan virgen. Ya no hay jóvenes que se toman de la mano, como sin querer, como si nadie los viera, y se sientan frente a ella a robarle luceros a la noche. Tampoco vienen los ancianos, con pasos lentos, a recordar cómo surgió el cine en siglos anteriores, ni a llorar, a lágrima viva, al amparo de unos cuantos intrusos. Ella enfermó, hace un tiempo, y las imágenes se le escaparon de la piel.

No sé bien a dónde se marcharon, no sé si murieron el día que la nostalgia se les coló entre las venas o si se dispersaron por la ciudad con gritos de auxilios. Pero no vinieron ambulancias con sirenas, ni sueros; tampoco hubo enfermeras con manos que reaniman, o vacunas o medicamentos. Solo silencio. Después de las luces: solo silencio.

martes, 14 de febrero de 2012

No sé


Y si me preguntaran qué creo del amor, me quedaría callada. Y si insistiesen, cerraría los ojos. Y si me abrieran la boca con espéculos, me tragaría la voz. Y si me golpearan, y si me ahogaran, y si me electrocutaran, y si… aún apagaría las palabras. No preguntes nunca, porque nunca sabré qué decirte.

lunes, 13 de febrero de 2012

Mi locura

Foto: Aleix Renyé
Ya sé que es imposible que una pueda volar por ahí, impulsándose con los edificios, colocando el pie en las ventanas y en las azoteas y en los balcones. Mucho menos agarrarme a un manojo de globos. Sí, ya sé que no podré encontrarte en medio de un mundo de agujas, y de millones de huracanes que solo aparecen cuando te pienso. Pero dime, en qué papel escribo tantos versos que quiero regalarte, si no los encuentro; a quién le cuento nuestras historias si todos piensan que estoy loca. Nadie va a creerme que llevabas mi nombre tatuado en la frente y que te encontré en un sueño y que me hablaste y que nos reímos hasta el cansancio. Cómo hago para ir a buscarte, si estos taciturnos creen que todo es mentira. Cómo te saco de mi mente y te doy forma aquí, en mi cuarto, si me están colocando la camisa de fuerza.

viernes, 10 de febrero de 2012

Trae la soga

Foto: Ismael Francisco

La tarde se desvanecerá cuando me vuelva y pestañee, y volverá el misterio de las noches. Poco importará el frío, tú sabes cómo será, tenemos que prepararnos. Ayer los chiquillos esos apenas me dejaron dormir y te dije: «llévate el cuadro», pero nada, ahí estuvo toda la noche salpicándome de agua la cabeza. ¿Trajiste lo que te pedí?, siempre lo olvidas todo, menos mal, porque ya estoy cansado de ese ruidito incesante. Si es esto se tambalea, pues que se caiga y pal carajo. Dale, no hables alto, cuando el sol se vaya, aguantas fuerte la soga y tiras de ella, lo más fuerte que puedas, ¿está bien? Y no llores, sabes que no lo soporto, en definitiva, que yo sea una estatua y tú vengas aquí todas las noches a masturbarte ante mí, no va a cambiar nada. A partir de mañana, puedas hacerlo en cualquier otro edificio, este, ya está clausurado.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Historia de la zanja

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el edificio número 4 de la calle 63 en Pueblo Griffo, había de recordar aquella tarde remota en la cual se descubrió el primer conducto. El barrio no siempre fue de aguantar las tragedias, es cierto, pero como plaga bíblica cayó sobre él esa enfermedad mortal a la que llaman: “zanja”. Los pobladores cargaron sobre sus espaldas la maldición de los constructores. Casi nunca se les vio feliz en los daguerrotipos, mamá siempre quedó con la gotera cayéndole en el hombro izquierdo y con una mueca infernal en el rostro, papá: con la plomería en mano, o con cara de frustrado por no saber resolver los problemas de casa; bebé no, bebé, en cambio, siempre sonrió.

Todos los años, al menos una vez al mes, los vecinos se reunían en magna asamblea para discutir el saneamiento popular y hacerle entender al gobernador que la peste, allá por siglos lejanos, comenzó azotando de esa misma forma, o que la fiebre amarilla y el dengue pudieran extinguir a la comarca. Pero los papiros se perdieron, una y otra vez, como si aquella ciudad estuviera destinada al olvido. Dicen que un hombre llamado Homero los robó, y reescribió sobre ellos épicas historias que enviara a una tal Ilíada u Odisea, no se sabe con seguridad.

martes, 7 de febrero de 2012

Los otros ojos


No veo por mis ojos. No nací con ellos, así que si alguna vez me buscaste en el fondo del iris, todo fue mentira. No soy lo que distingo, nunca hubo un camino al que pudiera señalar sin caer en precipicios, cada elección de esta vida, de esta que se acaba con torturas, fue errónea. Hay un agujero en negro que resalta en mi rostro, con decorados en las esquinas. Hay un señor que se sienta, todas las tardes en el fondo y me sopla las historias que he de creer.

lunes, 6 de febrero de 2012

Eumelia

Yo la vi con el kake que nunca entregó en la mano y con la sonrisa de la tarde guardada en un bolsillo. La vi caminar por él, cientos de veces, porque resulta que la prótesis de su esposo nunca fue demasiado agradecida. La vi sin sosiegos, sin pausas, sin muchas alegrías. Todos los días limpiaba, con ese vaivén triste que suelen tener las frazadas de piso, con esa humedad de los cubos de limpiar recorriéndole las manos y con la rigidez de los trapeadores dibujándosele en el pecho. A veces cantaba, y todos bailábamos en silencio, sin movernos, al compás del brillo del suelo que después ensuciábamos. Buenos días, creo que esas siempre fueron palabras demasiado débiles para saludarla, pero en esta vida -no sé si en la otra también- poco aprendemos de las verdades o de las justezas o de los valores.

viernes, 3 de febrero de 2012

El extraño caso de la alfombra

De verdad, no lo entiendo. A ver: yo vivo en un cuarto piso, es decir, que antes de llegar a mi casa hay que pasar por otras tres; hay que fatigarse, subir escalones, bastantes, vaya que hay que cansarse. Por eso mi mamá se puso furiosa ayer en la tarde y gritó y lo tuve que aguantar. Caballero, todas las casas de mi edificio tienen una alfombrita afuera, en la puerta, ahí a la entrada para que usted deje la suciedad del día o algún mal humor (como de trasporte, en el trabajo, en fin…); todas las casas, caballero, y de los más bonitas, de esas de la shooping, y se vinieron a robar (por segunda vez) la de la mía, una alfombrita echa a mano, de lo más humilde ella, con cara de desahuciada, de pocos amigos, de cachetes tristes y sin maquillaje. Se la llevaron caballero, yo no entiendo nada.