No solo admiro a mi madre por las razones elementales que todos —o casi— los hijos admiran a sus madres. No estoy contando la cuenta enrevesada que hace para llegar a fin de mes, ni la manera loca en que desbarata todos los cables de corriente para arreglar el fogón, ni cuando explota el breake de casa y hay un grito y debo bajar a conectarlo nuevamente y aprovechar para recoger todas las horquillas que se le han caído del cordel o cualquier otra cosa que se le ocurra en ese justo momento. Es un no dejarse vencer, ni en las situaciones más proclives a un derrumbamiento, lo que me hace pensar que esta mujer debiera figurar en algún libro de récords —como es probable que debieran aparecer muchas otras madres—.
Recuerdo a los problemas acechando y mi madre combatiendo bajo la lluvia contra ellos, a pesar del catarro y los truenos. Recuerdo que llegaran las contradicciones, desalientos, cambios… y ella siempre supo saltar sobre ellos como ojalá yo pueda hacerlo en un futuro no tan distante. Ella sabe el día exacto en que faltará la cebolla y el ingrediente secreto que hace de los espaguetis un manjar diferente.
Hace poco más de un año mi madre se retiró. Abandonar el puesto donde se ha laborado por más de 25 años y acostumbrarse a una rutina diferente puede desencadenar inadaptaciones si no existe una preparación psicológica anterior. Hay quienes se deprimen al extremo y se consumen dentro de la oscuridad del hogar sin atinar a desempolvar la nueva realidad que también tiene soles.
A mi madre no le sucedió nada parecido. Creo que es uno de los pocos seres de este planeta, de los cuales conozco, que tenía unas ganas exorbitantes de retirarse, y así lo planificó desde mucho tiempo antes. Los motivos no interesan demasiado, ni minimizan el hecho que supuso un cambio radical de la estabilidad en casa, tanto económica como en términos rutinarios. Reorganizar los salarios —su pensión y mi incipiente pago de adiestrada—, redistribuir las tareas y planear “otra vida” fueron las metas inmediatas.
Lo admito: tuve miedo, me resistí, exploté las opciones y cada una de ellas me parecieron insulsas. Pero a mi madre no. Por suerte. Con la jubilación ella no hizo sino transformar de manera radical esa inercia que a muchos aturde y encontró formas múltiples de esparcirse y sentirse realizada en la nueva etapa; ejemplo que me impresiona a esta distancia de las épocas.
Lo primero que hizo mi madre fue una búsqueda exhaustiva de todas las opciones que le interesaban; luego, salió a cazarlas. No fue fácil, hubo negativas, aspectos mal organizados que la hicieron rebotar, como una pelota contra dos paredes, de un lado hacía el otro, pero al final lo consiguió. Hoy mi madre, puede afirmarse, es una jubilada satisfecha, con miles de quehaceres que nada tienen que ver con extraer puntual los mandados de la bodega.
La cátedra del adulto mayor fue el primer destino. Ya se ha graduado dos veces, pero continúa regresando. Allí recibe clases de cuestiones que le interesen al grupo, puntualizando en las referentes a vivir mejor con más años. Organiza exposiciones de objetos útiles hechos a mano, participa en eventos, realiza trabajos investigativos, viaja, escribe cuentos, planifica fiestas; siempre hay un motivo para inventar una fiesta. Se asoció además a un grupo de jubilados del sindicato de la construcción, que de forma similar organizan estas y otros tipos de actividades.
Lo segundo fue hacerse miembro de un coro, aun cuando el canto solo fuera afición y oído pegado a la radio. Ya la sorprendí haciendo maracas con pomos y chícharos, y una cesta para acompañar al yerberito, y una libreta donde anota las letras de las canciones para que no se le olviden. El Coro de la Alegría, así se nombra esta unión de voces tan singulares guiadas por un muchacho que les tiene una enorme paciencia. Se han presentado en disímiles sitios y participado en concursos de varios tipos.
Un día llegó a casa con un nuevo proyecto al cual se había sumado: la práctica del Tai Chi, a la que asiste 3 veces en la semana en la pista Pueblo Griffo y que le ha ofrecido una descompresión del cuerpo asombrosa.
El retiro para mi madre ha sido como una puerta a numerosas opciones que esperaba ser derribada. Ahora pienso que no pudo hacer mejor para sentirse bien consigo misma que retirarse y, sobre todo, abrirse paso con todas las armas dentro de un proceso que no siempre tiene buen término para la mayoría de quienes cumplen la edad de jubilación.
Mi madre se retiró un día cualquiera del calendario y hoy me acomodo, desde mis insípidos años de graduada, y la aplaudo sin detenerme.
lindo este escrito, felicidades a tu mamá.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, saludos, Melissa....
EliminarMelissa: Tu mamá tiene un enorme motivo para admirarte a ti: esa manera tuya de admirarla a ella. Tu madre supo construir una hija que la quiere. Por eso pudo jubilarse: había hecho lo esencial en la vida. Recibe un saludo de amigo reaparecido.
ResponderEliminarGracias súper inmensas Mila... por tus palabras siempre y tus buenos sintagmas. Yo también estoy muy perdida y pido disculpas al caimán por eso, aunque nunca me olvido de él. Muchos besos, Meli.
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