Los montes de ayer se reflejan solo en el agua disecada; soles que no reparten luz en este lado del pueblo. Sombras de niños, niños de sombra que juegan, columpios que mece el viento, vacíos. Hojas secas arrastradas por huellas de pies desconocidos y una marea repartiendo sal en el borde de las aceras.
Todo fue nada después de amarnos. Despoblamos la ciudad con nuestros gritos y subió la tierra, herida y descompuesta, a mentir sobre la felicidad, allá bien lejos, donde poco importa qué dice un trozo inerme debajo del pavimento. Mudos. Hay mudos en el pueblo. Y yo sigo amándote, después de todas las tormentas.
No quedarán pueblos en el mundo.
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