Pétreo silencio redondea espacios cabizbajos. Escriben de espaldas al mar, la marea no inunda cuando sube y si baja termina llevándose las disminuidas palabras que les dejaron para golpear contra el papel. La conspiración no sucede.
Monjes sin luz que escriben a la luz, ciegos que intentan contar historias a pupilas. Los sonidos contra el muro son pequeños instantes de visión, se distinguen con jorobas enormes sobre la mesa de escribir.
No detendrán la marcha, están demasiado acostumbrados a mentir a cambio de pan. Desatinada manera de sobrevivir. Sobre el cabello del último monje descansa, libidinosa, la anarquía.
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