Es difícil enseñarle a un niño ciertos códigos y comportamientos vitales, éticos y razonables, mucho más cuando es pequeño y solo quiere desafiar en todo cuanto pueda; mucho más cuando la comprensión, por el nivel etario, es más ardua, y la paciencia se te escurre entre las manos como si fuese agua; mucho más cuando el contexto social dibuja todo lo contrario al lienzo que tú pretendes mostrarle como auténtico.
Ahora, cuando voy por la calle, observo a los jóvenes detenidamente, escucho sus conversaciones, me imagino…El otro día, en la guagua, dos adolescentes se citaban para ir juntas al malecón y conectarse a la wifi, dos adolescentes que no sobrepasarían los 15 años, dos adolescentes que, por supuesto, no trabajan ni deberían tener la solvencia económica para costearse el aparato para la conexión, la cuenta y los CUC según el tiempo de navegación, dos adolescentes cuyos progenitores, probablemente, han hecho cualquier sacrificio global para garantizarle esos placeres, porque está claro que en la Cuba de hoy las necesidades están en otros sitios, como en la cocina, por ejemplo.
Estas chicas, muy guapas por cierto, no se citaban para un encuentro directo y frontal y de esparcimiento general con otros amigos, sino para hacer comunidad virtual, por lo que, todo otro joven que no contara con los aditamentos necesarios quedaría fuera de inmediato de un encuentro como este, peligrosamente fuera. Yo no viví eso, por suerte, y espero que mi hijo aprenda las armas necesarias para combatirlo.
No hace mucho tiempo, mis colegas del periódico, interrogaron a otros chicos sobre la cantidad de capital que sus padres les proporcionaban para la estancia semanal en la Universidad de las Villas, y casi todos, y podemos suponer que otros más, sobrepasaban los 100 y 200 pesos, cuando, esa cifra, no alcancé yo ni en un mes. Sabemos que todos los padres no pueden. Sabemos que casi, casi, todos los padres están pudiendo por no sé cuáles raras y dolorosas mecánicas de la vida.
Casi, casi todos estos universitarios también tienen celular, que está claro, es muy necesario, ojalá yo hubiese podido comunicarme con mi mamá de esa forma durante mis 5 años de estudios, pero la nebulosa de la situación la descubro yo en la transformación del ser social que estamos viviendo en Cuba por razones, a veces, distorsionadas, por crueles imitaciones, por desajustados códigos de vida puntualizados en mayor medida luego de la salida del período especial más cruento.
Camino rápido por las calles, pero no deja de sorprenderme los agitados uniformes de secundaria y preuniversitario que se desembocan por las arterias. Hacen chistes pesados, juegan de manos, pero, lo que es casi seguro es que la mayoría tiene su celular, muchas veces con música estridente, molestando, la misma música que nos cansamos de combatir nacionalmente, pero que se sigue difundiendo y diseminando por todos los canales de difusión masiva. Chicos, quizás, con los zapatos rotos, pero con el celular en la mano (el ejemplo no es tan ficticio). Tengo que explicarle eso a mi hijo cuando crezca, de una manera que lo salve.
Yo tengo 28 años, y nunca he tenido un celular. Eso también tendré que explicárselo a mi hijo.
Meli, que buenas y tristes reflexiones y realidades, tal como ya nos tienes acostumbrados. Cuanto quisiera poderte regalar un celular y el monto para costearlo,... cuanto quisiera!!! Esperemos que cuando el niño crezca las realidades sean otras, y por tanto las explicaciones sean otras. Un beso, ROSI
ResponderEliminarQuerida, querida... pues no te pongas triste, usted no tiene que regalarme nada.. hay algunas realidades que tienen que cambiar y ser otras para que uno no tenga que esperar por regalos.. pero como tú dices, ojalá cuando nustros hijos sean grandes podamos explicarle otras cosas más felices.
ResponderEliminarBeso grande!