lunes, 22 de junio de 2015

Intimidades

Sabes que un paquete al mes no alcanza, no es suficiente para la mayoría de las mujeres, y que comprarlo a sobreprecio no es bueno para tus cuentas salariales, y que en moneda libremente convertible son demasiado clásicas, demasiado efectivas para tus costumbres proletarias.
  Sabes que no siempre las traen a tiempo a la farmacia y que tu cuerpo no espera esas tardías diligencias, pero tratas de acostumbrarte a la incómoda situación, siempre aprendes a hacerlo: pides prestado a quien milagrosamente le sobre, o haces malabares para comprarte un paquete durante algún que otro período.
  Por desgracia sabes que han descendido de manera terrible la calidad de su confección, en una escala hasta el diez, por lo menos un siete errante que ansía ser ocho.
Lo mismo te las encuentras con déficit casi total de relleno (las colocas en la luz y su transparencia te permite ver fácilmente a través de ella), o la protección de las pegatinas es una ilusión como lo es también la pegueta en sí que jamás se adhiere al blúmer y se pone a estorbar en otros sitios y se arruga o se corre o da volteretas como si la utilidad no radicara en quedarse en área fija la mayor parte del tiempo; y tú disimulando lo mejor posible mientras caminas, apretando los pies y abriéndolos indistintamente, o dando brinquitos cómicos en medio de la calle (aunque te miren raro y permanente) para llevarlas nuevamente a su posición o, como último recurso, escondiéndote en soledad para con tu mano arreglar el desajuste.
Todo ello, además de crearte un serio problema de coordinación e interrumpir la posible tranquilidad/normalidad de un día poniéndote de muy mal humor,  te obliga a utilizar una con más frecuencia en el tiempo, método que atenta de forma violenta con tu plan de ahorro mensual que nunca llega a concretarse con demasiada firmeza.
A veces piensas que hasta tienes suerte, pues durante el período especial más recio no tenías edad para usarlas, sabes que las historias son feas. Pedazos de telas que se reciclaban a la fuerza, noches, tal vez sin luz eléctrica, con la espalda doblada sobre el lavadero, y aguardar por la corriente para hervir de alguna forma las telas. Escozor general cuando al siguiente mes se repetía la historia.
Pero estás reticente a dar gracias cuando la realidad te ha demostrado que las cosas siempre pueden ser mejores. Justificar de manera reiterada la escasez, y tomarla como excusa cuando el producto que entrega la industria carece de la mínima calidad, no es la norma que demandas, ni lo que esperas.
Algunas culturas antiguas consideraban impuras a las mujeres con menstruación, por lo que las mantenían separadas del resto con el fin de evitar que los contaminaran. Para sanar las heridas de los soldados durante la Primera Guerra Mundial, las enfermeras del servicio Norteamericano hacían compresas de algodón que más tarde se dieron cuenta podían utilizarse durante su período menstrual obteniendo una mayor higiene. Así nació, a principios del siglo XX, la primera toalla sanitaria desechable, la cual evolucionó considerablemente en el tiempo.
Esperas, y piensas que no sea en vano, una mejora para evitar desasosiegos reiterados en los meses. Caminas extraño entre avenidas cavilando en que alguien también piensa y sabe que a una no le alcanza con un paquete de íntimas al mes, que una necesita al menos dos, al menos dos con calidad, al menos un mercado relativamente acorde en precios a donde asistir en caso de emergencias. Que una necesita mínimas garantías para poder embarcar al mundo en las espaldas.

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