martes, 26 de junio de 2012

Con Pimienta siempre es jueves

“Toda cita es un encuentro antiguo”

Quizá tropecé desprevenida con alguna letra, y pensé que era una raíz intrusa de un árbol que se desvió de rumbo. Algún verso tuvo que sobrevolarme, chocar con mis labios o enredárseme en el pelo. Sé que había rimas aderezando la calle, y ¡hasta las nubes!; tal vez por eso, un poco más tarde, ya dentro del Costillar de Rocinante, me saqué de un golpe este verso de entre la blusa: “… coincidimos. / En algún sitio de la ciudad / abriste tú la puerta y yo ya estaba / se abrieron nuestras pieles como celdas oscuras / y fuimos empujados hacia dentro…”. Y no me sorprendí, a esa hora, después, cuando intenté calmar al asombro en medio de la madrugada, simplemente atiné a recostarme contra la almohada, contra el poema, y seguir soñando.

La Avenida de los Presidentes era puro verso aquella tarde, una tarde de jueves, aunque justo empezaba la semana. La calle G era toda poesía: las estatuas le recitaban a los árboles y estos a su vez a los bancos y luego a las aceras y a las hojas que volaban tras el viento y a las muchachas que iban pensado en no sé qué cosas, sin sentido, y también a los muchachos desarmados que no escucharon los cláxones detrás de la pasos de la dama.


viernes, 8 de junio de 2012

Trovadores de olas

Las cuerdas, salobres, caminan a la par de la noche. En silencio. Los pasos se pierden entre la gente y los pedazos de olas que saltan sobre el muro. Despacio. Venden la voz. Cobran por el talento que sueltan a la brisa. Estuvieron toda la noche pasando. Una y otra vez. Como si la vida se redujera al momento en que alguien se decide a cambiar centavos por melodías. Como si el malecón de La Habana no supiera de memoria sus pasos. Como si no descubriera el dolor verdadero en los ojos, y el nudo que se les hace en la garganta ante cada petición. Las cuerdas de una guitarra son las más débiles amigas de esos hombres.

viernes, 1 de junio de 2012

Los niños y el lago

“Un niño es la verdad con la cara sucia, la sabiduría con el pelo desgreñado, la esperanza del futuro con una rana en el bolsillo. (…) Un niño es una criatura mágica”.

La infancia es un gran lago donde hay niños, de todos tamaños, pesos y colores, encima de sus cunas agitando las aguas, tragándose las olas, una por una, y luego las devuelven para que llueva sobre las ciudades. Y llueve con sabor a niños y a biberones y a pañales; y hay olores que nos recuerdan cuando nosotros, también, estuvimos desnudos en aquella laguna e hicimos travesuras hasta el cansancio.

Vienen los ciclones si ellos están enfadados, y hay sequías prolongadas cuando se les antoja dormir en demasía. El mundo entero funciona a su antojo: los pájaros vuelan porque ellos soplan, la luna y el sol aparecen en el cielo porque los usan como papalotes y las sonrisas llegan a las casas cuando pactan con las cigüeñas para que los cuelen por las ventanas o los inserten en los vientres de mamá.