lunes, 4 de enero de 2016

Lo horrendo en el paisaje

Las ciudadelas habían sobrevivido durante mucho tiempo. Se levantaron, cautelosas, entre los edificios, en espacios yermos; fueron cubriendo zonas específicas del paisaje como en un tablero de ajedrez deben existir los cuadros negros. Crecieron, a la vista de todos, con inteligencia absoluta y demostrada eficacia.
Un 99,9 por ciento de quien en algún momento vivió en un primer piso de un edificio (y otros también) en un barrio, violentó la pared última de la cocina para expandirse, y bien se expandieron, tanto, que algunas geografías fueron modificadas al extremo; uniendo, por ejemplo, dos edificios por la parte trasera e impidiendo el paso entre ellos o sustrayendo, del panorama común, zonas de esparcimiento u ornato.
Hicieron cocinas más cómodas, cuartos extras, corrales de puercos (u otros animales), parqueos para carros, motores, etcétera; patios amplios para particulares usos, gimnasios, talleres, huertos… y hasta casas completas anexadas a una pared mutua. De todo. Unas más grandes, otras más pequeñas, más lindas, menos felices, más acabadas, más artesanales; una especie de fabelas crecientes que florecieron con ímpetu y se mantuvieron (muchas aún lo hacen) hasta hace muy poco.