lunes, 24 de septiembre de 2012

Funerales

 
“Quién pudiera contarlo, / quién tuviera la rápida voz del ave / que inclina tras su nada / a la espiga solitaria sobre el pasto.”

José Miguel Gómez

De pronto, el eco de los que venían, nos hizo reparar en cuestiones metafísicas. Los siguientes minutos se ocultaron con facilidad, fue como si la muerte nos hubiera besado los rostros, los de todos, uno por uno. No hablamos. No nos miramos. No pronunciamos las palabras absurdas de siempre. Solo esperamos, apenas eso.

Los que venían paralizaron el lugar: el pueblo de los molinos no fue de vientos esa mañana. Ellos marcaron los pasos en las calles, y nosotros, intrusos en sus tradiciones, miramos desconcertados la escena. Los que venían lo hacían cantando, lanzando plegarias con el rostro amargo y las manos caídas; venían marcando el tiempo, deteniéndolo, impulsándolo.

El cortejo apareció en el parque central cuando ya nosotros estábamos firmes frente a la emisora de Cruces, la visita se paralizó y la banda municipal que ensayaba a uno metros de allí, soltó los acordes en el suelo, e interrumpió las corcheas a mitad de los instrumentos, y se fueron parando, y se quitaron las gorras, y bajaron las cabezas. Los niños dejaron caer las bicicletas, apretaron las pelotas contra el pecho y guardaron las barajas. Los novios no se besaron y los vendedores apagaron los pregones.


jueves, 6 de septiembre de 2012

Tierra sobre la tumba

Todos los fantasmas pululan de noche en su cuarto y hasta tienen sexo con su esposa, la violan antes sus ojos sin ningún recato y él no puede hacer nada para detenerlos. Lo peor es oírla gritar, verle la cara de placer y sentir cómo humedece el colchón y la almohada y sus piernas. Ella queda exhausta y él con muchas dudas de que pueda contarle lo que sucede. Tienen dos hijos, y a estas alturas, el sepulturero también se pregunta si serán suyos o de alguno de los miles de cadáveres a los que le tapó el cuerpo con tierra.