martes, 3 de mayo de 2016

Los pescadores de la bahía

Las manchas en el agua sobreviven a las corrientes leves. Son improvisados barcos, descuidados botes, construidos con esfuerzo, aunque apenas se nota, rellenos de poliespuma en las paredes y los pisos, y unos remos, que no son tales, golpean la masa acuosa creando ondas o figuras que desaparecen al instante; no logran avanzar o mantener el rumbo con precisión, pero al menos les permiten, a los hombres de adentro, flotar.
Los hombres de adentro se envuelven en trajes y gorras para despojarse del sol, y se empujan sobre cualquier punto de la bahía en busca del premio. Tiran los anzuelos, quizá como los tirara el viejo pescador de Hemingway, con esperanza pero desesperados y aguardan por que pique un ejemplar.
Nada más inaguantable, imagino: soportar el repiqueteo de los rayos solares sobre los hombros y dejarse balancear por el compás tedioso de la corriente y esperar y esperar… Imagino, con más fuerza, lo paradójico de vivir en una ciudad rodeada de agua, en un país rodeado de agua, y que los productos marinos para el consumo familiar sean tan difíciles/caros de conseguir. Hay quienes, violando las elementales normas marineras, prefieren atraparlos en su natural entorno, que quiere decir: gratis entorno.