martes, 26 de junio de 2012

Con Pimienta siempre es jueves

“Toda cita es un encuentro antiguo”

Quizá tropecé desprevenida con alguna letra, y pensé que era una raíz intrusa de un árbol que se desvió de rumbo. Algún verso tuvo que sobrevolarme, chocar con mis labios o enredárseme en el pelo. Sé que había rimas aderezando la calle, y ¡hasta las nubes!; tal vez por eso, un poco más tarde, ya dentro del Costillar de Rocinante, me saqué de un golpe este verso de entre la blusa: “… coincidimos. / En algún sitio de la ciudad / abriste tú la puerta y yo ya estaba / se abrieron nuestras pieles como celdas oscuras / y fuimos empujados hacia dentro…”. Y no me sorprendí, a esa hora, después, cuando intenté calmar al asombro en medio de la madrugada, simplemente atiné a recostarme contra la almohada, contra el poema, y seguir soñando.

La Avenida de los Presidentes era puro verso aquella tarde, una tarde de jueves, aunque justo empezaba la semana. La calle G era toda poesía: las estatuas le recitaban a los árboles y estos a su vez a los bancos y luego a las aceras y a las hojas que volaban tras el viento y a las muchachas que iban pensado en no sé qué cosas, sin sentido, y también a los muchachos desarmados que no escucharon los cláxones detrás de la pasos de la dama.


Él estaba cerca, por eso, aquel rincón del Vedado era una locura de estrofas lanzándose sobre el asfalto y luego escalando en los edificios y después enamorando a señoritas, y a señoras, que en ese instante se tragaron sus versos. En él nacía todo, y desde él se propagaba todo; más no lo advertí hasta minutos después. Fue cuando, aún sin creerlo, bajé nerviosa e incrédula a su encuentro. No todas las tardes -no todos los lunes que en realidad son jueves- una tiene la suerte de que su poeta preferido se escape de los libros y tome forma real, a pesar de que le adviertes los sintagmas revoloteando entre los poros; y que te recuerde de las conversaciones digitales y que te mire con la misma fascinación que tú lo haces, y que te estreche una mano, y que hable contigo como si en realidad te conociera de toda la vida, como si, de verdad, ya nos hubiéramos encontrado en una cita muy antigua.

Encontré a Alexis Díaz-Pimienta un jueves, a mitad de la calle, de G, cuando volvía con un grupo de amigos de conversar con el malecón. Es una de las mejores sorpresas que he tenido en la vida, una que ni siquiera imaginé en mis fantasías más reales. Y me quedé un poco muda, y tuve que comunicarme con poemas que recitamos a la par para calmar los nervios.

Entonces supe, con los días, que sí, que lo conocía desde siempre, que éramos aquella imagen en sepia en el borde del andén, en la esquina del tren que parte “de un pañuelito húmedo / que alguien agita en su memoria”. Descubrí escenas de otros tiempos, cualesquiera: de gladiadores y de indios, de señoras con vestidos enormes y de chicas en bikinis, de lluvia bajo la luna y de silencio a través de la fibra óptica. Quedé maravillada. Maravillada y en silencio.

Junto a otro amigo: Luis Enrique (que lo encontró primero), compartimos memorias en aquel primer encuentro. Y él retó a Pimienta -sin advertir que era jueves- a que improvisara sobre su pueblo, Vertientes, y durante casi 7 minutos asistimos al proceso de creación más sagrado de un repentista, y una sarta de emociones, mezcladas todas, salieron en tropel desde su cuerpo:

Iba por la calle G
en un rincón del Vedado
y me quedé anonadado
sin palabras me quedé
estático, frío, en pie.
De pronto tuve delante
a Luis Enrique, bastante
para que crezca el asombro
y ya me pese en el hombro
este mundo tan cambiante.
Y al rato, sin avisar,
llegó Melissa Cordero
que juro y decirles quiero
que me comencé a asombrar
dos veces, multiplicar
el asombro y fue tremendo.
Yo todavía no entiendo
cómo pasé de virtual
personaje a algo real,
pero así mismo me extiendo
para decir que la vida
es un círculo cambiante
y el hombre es un diletante
de su misma trampa ungida
a su voz y repetida
en cada esquina del mundo
yo soy segundo a segundo
el mimo Alexis de ayer
que ahora empiezo a reponer
mi cuerpo, soy Segismundo
atado a un poema errante
que escribió un tal Calderón
para que la inspiración
no se acabe en un instante
como el casete cambiante
de una mano periodista
que ignora que un repentista
no necesita cambiar
la cinta para dictar
los versos frente a su vista.

Es normal, yo estoy rimando
haciendo versos al uso
por no dejar inconclusos
los versos que voy juntando
y tú me preguntas cuándo
vas a llegar a Vertientes
y hay preguntas diferentes
que yo debo responder
para que el amanecer
se nos grabe aquí, en las frentes
en la frente de Melissa
que está grabando a mi izquierda
y todavía recuerda
al guajiro que improvisa
y que esconde la sonrisa
porque si no la escondiera
entonces la primavera
comenzara aquí a llegar
y en todo este gran lugar
una flor nueva saliera
en tu vaso y en el mío
en tu mesa y en la mía
y el olor a poesía
iba a convertirse en río
lírico, yo desvarío
si quiero hacerlo, no voy
a desvariar porque soy
un poeta diferente
que puede frente a otra gente
comenzar aquí a buscar
una forma diminuta
de ir a Vertientes rimando
de ir a Vertientes jugando
de saber que se disfruta
este cambio de la ruta
que tenía que seguir.
Ustedes quieren oír
a un repentista cubano
que no sabe de antemano
cómo puede esto seguir
pero voy a improvisar
a través de la sorpresa
a pesar de la cerveza
que me empieza ya a sobrar
no importa, voy a jugar
a demiurgo, a bardo errante
a poeta diletante
a lector de otros lectores
al que se hace los favores
a sí mismo, a un caminante
que no sabe que camina
para atrás viendo el futuro.
Yo, Luis Enrique, te juro
que cuando esto que germina
en mi mente, que se inclina
frente a la mente de ella
se convierte en una huella
de luz, empiezo a sentir
que renace el porvenir
que al fondo de una botella
hay un poeta dormido
y se empieza a despertar
que tú me quieres cantar
pero cerraste el oído
hace un rato, y el sonido
de tu casset lo noté
lo importante es que yo en G
cuando iba hacia Línea solo
con mi hermana, el protocolo
de mi viaje lo cambié
porque llegaste, paraste,
me paraste y me dijiste
y yo que ya estaba triste 
por un absurdo contraste
me convertí en casi un traste
de guitarra, y me toqué
a mí mismo, y comencé a decir
esto es verdad, estoy en la realidad
estoy no en Facebook, en G,
no en twitter, sino en La Habana
en La Habana, en el Vedado,
donde me encuentro inspirado
donde le abro una ventana
a la luz y la mañana
me entra por cualquier lugar
y entonces vino a la par
Melissa Cordero. Al rato
ya el repentista mulato
no sabía qué pensar
y estaba nervioso, errante,
difuso, hasta diminuto
sin embargo yo disfruto
esto bastante, bastante
porque lo más importante
lo que en realidad existe
lo que hace que no esté triste
lo que hace que sea yo
es que la vida cambió
la nostalgia se hizo un chiste
y aquí estoy en una mesa
hablando a dos periodistas
sabiendo que la aristas
del tiempo son una fiesta
para aquel que no protesta
después que el tiempo ha pasado
en un rincón del Vedado:
F y 13, aquí, en La Fuente
donde indiscutiblemente
todo el mundo me ha encontrado
cada vez que yo venía
con Waldo Leyva a beber
con Waldo o la mujer
porque me hizo compañía
Margarita. Yo sabía
que todo el mundo pudiera
saber que esta primavera
que yo invento no es de flores
sino de improvisadores
que se hacen una carrera
oral tejiendo en el tiempo
lo que Danae tejía
según Lezama, algún día
podrá haber un contratiempo
abstracto, algún pasatiempo
en el que alguien me lea
y yo que tengo una idea
distinta de lo que es ser
y yo que el amanecer
puede como una presea
colgar de mi pecho, estoy
otra vez en el lugar
donde venía a tomar
con los amigos que hoy
no están, sin embargo voy
a recordarlos un rato
para firmar un contrato
con mi memoria y mi verso
para que esté el universo
en un diferente estrato
en el estrato del hombre
que viene y que nunca olvida
que se pasa la vida
dándole a las cosas nombre
es normal que yo me asombre
normal que se asombre ella
normal que baje una estrella
y se abanique delante
normal que yo ría o cante
normal que deje una huella
al fondo del pensamiento
de todo aquel que me mira.
Aunque parezca mentira
que le esté dictando al viento
aquí se termina el cuento
del poeta que algún día
retando a la lejanía
quiso viajar a sí mismo
y a través del repentismo
encontró lo que quería,
un atajo, un viejo atajo
para llegar a su frente
desde un ritmo diferente
para mandar al carajo
a todo aquel que al trabajo
se inclina, para saber
que lo importante es crecer,
desarrollarse y vivir
para saber que decir
es otra forma de ser
y aquí estoy diciendo todo
lo que a veces me he callado
redescubriendo el pasado
haciéndome un Cuasimodo
sin Paris, buscando el modo
de que diferente gente
empiece a tender los puentes
de una manera más sana
entre Almería, La Habana
y una calle de Vertientes.


2 comentarios:

  1. Qué gran poeta es Pimienta. Saludos desde Venezuela.

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    1. Así es... gracias por comentar. Un besi desde Cienfuegos.

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