miércoles, 4 de julio de 2012

Olas (y trenes) en casa



Me acosté a tu lado. En silencio. El tren continuó con los ruidos durante el resto de la noche, y en la mañana estaban las marcas del  humo incrustadas en las paredes, y el eco de los avisos de partida se repetía en los tímpanos provocando que nos estremeciéramos, otra vez, por dentro. Y sobre lo rodapiés estaban los  besos que la gente lanza a lo viajeros, y retratos despedazados por culpa de ese que no volverá. Te levantaste, y recordé la última vez que estuvimos juntos, en otra isla, tú en pilotes, yo en el agua, y sin tocarnos, siquiera rozarnos, pero desnudos y abiertos para el otro.


Tomaste la foto de una chica, llevaba un vestido gris y los ojos más tristes que hayas visto, la besaste en la frente, entonces volví a recordarnos envueltos de océanos y con peces que hacían vibrar nuestros sexos y yo viéndote, desde unos metros a la derecha de tu espalda, cómo te deshacías en gemidos, y después venía aquel pez gato a besarme las entrañas y aleteaba, desesperado, subiéndome entre las piernas, colando los bigotes por la gruta oscura de los secretos.

Provocamos olas enormes, ¿recuerdas?, algunas las sentí también aquella noche, mientras guardaste la foto de la chica debajo del colchón, boca abajo. Me levanté a tu lado. Exhausta.

2 comentarios:

  1. Excelente factura, lindas metaforas, jamás podria decir en palabras como esas que sucedio aquellas dos noches.

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    1. Eso, poco importa, bastó con el humo de los trenes y después con el silencio, !bendito silencio que le coloca curitas al tiempo! Y después, ¿qué va quedando sino disfrutar de esas metáforas?
      Lo demás, sería insuficiente.

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