martes, 9 de abril de 2013

El indefenso campesino de la parábola kafkiana

Con Eduardo Heras León

  “Alguien tenía que haber calumniado a Josef K, pues fue detenido una mañana sin haber hecho nada malo.”

El proceso, Franz Kafka

Todos habíamos fijado la vista en un punto no visible del aula. El silencio era intermitente. Esperábamos. La señora desenvuelta de la recepción nos dijo, la noche anterior, que “un profe, un tal Eduardo”, había pasado para comunicar que las clases comenzaban a las 9 de la mañana. Nosotros no lo habíamos visto. La mayoría nunca lo había hecho, razón que provocó rigidez en el saludo cuando apareció en 5ta Avenida esquina a 20, número 2002.

Heras León caminaba despacio, como si le pesara demasiado la historia. Correctamente vestido, carpeta en mano, paz restaurada en la sonrisa y un tono de voz capaz de calmar durante las tormentas. Y lo cierto fue que, durante las clases en meses sucesivos, creció muchísimo la amistad y el torrente de conocimientos literarios que nos regaló para que aprendiéramos, al menos, a ser mejores lectores.

Hace poco coincidí nuevamente con el profe, durante la feria del libro. Reunidos en la UNEAC de Santa Clara volvió a conversar sobre un tema que siempre le resultará difícil, y del cual ya nos había contado durante el curso: el Quinquenio Gris.


Eduardo Heras había obtenido el Premio David de cuento en el año 1968 con La guerra tuvo seis nombres. El libro narra su experiencia durante los combates de Playa Girón donde participó como segundo jefe de una batería de morteros 120 mm. El volumen, por la época, despertó “las suspicacias de los burócratas de la cultura, por la crudeza de su contenido, y el trazado de algunos personajes”, como dijera el propio Heras durante la conferencia El Quinquenio Gris: testimonio de una lealtad, leída por él el 15 de mayo de 2007 en el Instituto Superior de Arte en La Habana.

En medio de ese contexto, y apenas dos años más tarde, otro libro suyo obtuvo mención única de cuento en el Premio Casa de las Américas: Los pasos en la hierba. El mundo cultural, por aquel entonces, ya se encontraba en peligrosa ebullición con el caso de denuncia a Heberto Padilla y los artículos publicados en detrimento de Arrufat, Cabrera Infante y otros intelectuales. Heras también recuerda:

“Los pasos en la hierba es un volumen que refleja una visión bastante personal y crítica de la realidad. Relata acontecimientos épicos, pero desde el punto de vista humano. El hombre enfrentado a circunstancias extremas, ante el miedo, que es un sentimiento inevitable en cualquier guerra. Aquel año (1970) fue prolífico para los cubanos: yo gané mención única en cuento, Víctor Casáus ganó mención en testimonio con Girón en la memoria, un libro extraordinario, que debió haber sido premio, honestamente, y Miguel Cossío ganó en novela.

“El libro por un lado tuvo buena suerte, fue muy leído, y por otro lado mala suerte, porque fue muy mal comprendido. En aquel entonces yo era miembro del consejo de dirección del Caimán Barbudo y allí se publicó un cuento. Todo parecía indicar que no había ningún problema. En esos años los premios se editaban de inmediato, en marzo o abril del 70 ya mi libro estaba en la calle y luego explotó la famosa crítica que Roberto Díaz escribió para el Caimán Barbudo de la cual yo no me enteré.

“Esa mañana, estando en Alma Máter, apareció Denia García Ronda, gran amiga y compañera y me dijo: «Eduardo, ¿tú leíste el Caimán Barbudo?, toma, yo te lo traje. Lee, que hay algo ahí contra ti». La crítica realmente era miserable, una crítica totalmente intencionada y mal hecha. No criticaba nada, al contrario, se veía la mano de alguien que quería hacer daño. No hay un análisis elemental del libro, se dicen mentiras, se tergiversan todas las cosas, un cuento como La noche del capitán, dedicado a la memoria de un amigo personal, se entendió al revés, se planteó que yo denigraba su integridad y era todo lo contrario. Entonces estalló el problema del libro con lo siguiente: me separaron de la universidad, me quitaron la militancia de la Juventud y me mandaron a trabajar en una fábrica: Vanguardia Socialista.”

Como señala Ambrosio Fornet, los escritores que fueron perseguidos durante esos años en Cuba, los señalaron por ser “portadores del virus del diversionismo ideológico, o de jóvenes proclives a la extravagancia, es decir, aficionados a las melenas, los Beatles y los pantalones ajustados, así como a los evangelios y los escapularios”. El campo intelectual se convirtió en un agujero que manchó de negro lo mejor de la literatura cubana de esa época; y por largo tiempo.

“Me mantuve 5 años en la fábrica. «Nos dijeron que te pusiéramos a trabajar con el hierro caliente»: ese fue mi recibimiento. Empecé de auxiliar de producción y allí me hice forjador C y hornero C, evaluado. A los 11 meses me pidieron que diera clases en la Facultad Obrero Campesina. La fábrica se convirtió en la mejor educada del ministerio de la Industria Básica porque empecé a crear varias cosas: hice una secundaria obrero-campesina, terminé la facultad, monté un instituto tecnológico y una filial de la facultad de tecnología de la Universidad de La Habana. Hice actividades culturales, llevé a Silvio Rodríguez, a José Antonio Portuondo para que diera charlas, grupos musicales...

“Literariamente estuve estéril durante algunos años y tuve momentos de debilidad. En uno de desesperación cogí una pistola y la monté porque me iba a meter un tiro, mis amigos me habían abandonado, salvo dos o tres: Silvio, Wichi Nogueras, Víctor Casaus, aceptar aquel aislamiento fue difícil. Bueno, al final, no me maté, porque estoy aquí. Cuando decidí no hacerlo me dije: no te mataste, así que resiste, y fue lo que hice. El día que cumplí 5 años fui a ver a José Felipe Carneado al Comité Central del Partido y le dije: «Hoy cumplo 5 años en la fábrica, ¿usted no cree que es ya bastante tiempo?», y me respondió: «Bastante no, demasiado. ¿A dónde tú quieres ir?».”

Luego de las pesadillas y del regreso al sol, Heras León fue a trabajar al Instituto del Libro y a la Editorial Arte y Literatura como editor. En los años siguientes publicó el libro Acero (que relata su experiencia como obrero en la fábrica), A fuego limpio, Cuestión de principio (Premio de la Crítica), La nueva guerra (Antología de cuentos), Balada para un amor posible, La noche del capitán (Antología), El viejo y el horno, Dolce Vita y Cuentos completos, que salió a la luz recientemente en Santo Domingo.

La calumnia se disolvió durante el mismo proceso que, por suerte, tuvo un final muy distinto al de Josef K.
La literatura sobrepasó las mareas. Cuando la mano escribe aún despide un insoportable olor a hierro fundido.

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