martes, 12 de noviembre de 2013

Urocultivo


“La parte más bonita es esa de los consultorios y los análisis”, dijo alguien en medio de tu consulta y tú lo miraste raro porque es raro que alguien cuerdo ande por ahí afirmando tales cosas, y luego cuando pasan los meses y descubres que siempre habrá algo que te irritará con más intensidad: pruebas que deben repetirse, renovar la dieta a los tres meses, persecuciones médicas… después de eso, solo después, aparece el urocultivo.

Te levantas temprano para estar entre las 20 primeras gestantes (más temprano si vives más lejos), llegas corriendo al hospital, pero no siempre logras evadir las últimas posiciones. Te secas el sudor, sacas la indicación del bolso, tomas agua.

Estás ya en el segundo trimestre y sabes lo que sucede, pero la primera vez que acudiste a este examen casi deliras cuando viste las condiciones en que debías hacerlo, a riesgo de que la propia muestra se contaminara. Con un pomo de agua yodada en una mano y en la otra uno esterilizado miraste al resto buscando respuestas. Te bastó seguir la fila de barrigas que se delineaba con rapidez hacia “el sitio”.


El olor era más que explicativo. La puerta cerrada. Entraban de dos en dos y tú afuera, y tú que siempre le has tenido fobia a los baños, fobia en serio, tal vez por eso siempre te sucede lo peor, como en la universidad, que una vez se tupió un tragante interminablemente y el agua corrió alcanzando las literas más próximas; o aquellas horrorosas y nada privadas zonas para “bañarse” de las escuelas al campo, abiertos por casi todos los lados, el cielo como techo, cortinas más sucias que el surco, la des-higiénica letrina y unos paradores de madera donde te colocabas para salvarte del agua que evacuaba; o aquella vez en otro hospedaje habanero, cuando te bañaste por primera vez y de repente descubriste que la bañadera y al lavamanos estaban tupidos y apresúrate hablarle/rogarle al jefe de dormitorio para que te cambiara de cuarto; y el baño de un tren cuando viajas Holguín-Santa Clara durante casi 10 horas y no sabes cómo hablarle a tu vejiga para que sea más condescendiente. Lo tuyo con los baños no tiene remedio.

La cola avanzó con lentitud hasta que estuviste de primera. Dentro todo empeoró. No era solo el mal olor, que con un esfuerzo doble puedes soportarlo, era la tremenda geografía del lugar. Sucio al extremo y apenas dos inodoros que no dinamizaban la cola de afuera. Agua en el suelo. Por todas partes.

Llegas a la taza correspondiente y observas una ventana de cristal al descubierto, lista para que te observen de pisos superiores. Pronto, eso pasa a ser una preocupación menor. Miras a tu alrededor y no encuentras un sitio cómodo o apropiado o higiénico donde puedas colocar el pomo. Te decides por un borde de la ventana y haces malabares para despojarte de la ropa interior sin que esta se empape con el agua del suelo. Lo logras.

Lugares hostiles donde debiste asearte calculando entre la taza y tus pies, y procurando no derramar el agua con yodo. Después tomar la muestra. ¿Y luego?, ni siquiera un lavamanos donde sanear el pomo, donde lavarte las manos, donde componerte.

Sales del lugar con rostros múltiples y aburridos, sabiendo que deberás regresar dos veces más.

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