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Foto: Ismael Francisco |
Debe llamarse Helen, por esa forma de peinarse al medio…
Alexis Díaz-Pimienta
No la conocí. No la conozco. No sé cómo se llama, ni cuál es su juego preferido. No sé si le gustan los huevos bien fritos para el almuerzo, o si se acomoda en los árboles para mirar el suspiro de las montañas. No lo sé. No sé cuál es su casa, ni el nombre de su mamá, ni en qué mes nació. Debe tener unos 7 o 9 años, por el color de la pañoleta. Más no lo sé bien. La vi una mañana con su mochila colgándole de los hombros, y se me coló por el centro del iris. Desde entonces la llevo guardada como el mayor de los tesoros.
Venía pegada a la orilla de la carretera. Como temiendo de la ferocidad del tráfico. Pero los parajes de Guamuhaya son muy tranquilos, y casi no los invaden monstruos en ruedas. Aún así venía entre los bordes, cuidando de no pisar demasiado el asfalto, y de no maltratar demasiado la flora. En la mano llevaba un pomo de agua, inmenso, que también regresaba cansado y vacío después de la jornada matinal junto a las palmas.