Se le quedó enganchado en un pedacito de queso. Salió como quien ya no tiene ganas de estar y dejó un tilín de sangre sobre la encía. Salió valiente, pero triste. Abandonar el nido nunca será tarea fácil. Sabe que no volverá a morder el pedacito de pan de la merienda, ni a bañarse en leche, o a sentir el cosquilleo del cepillo.
Sabe que terminaron las charlas nocturnas y esas palabras a medio decir. Por eso, esta tarde, lo vi un poco más pálido.
Pero a ella le hace mucha ilusión. Pícara: no quiere que el ratoncito Pérez le traiga otro ejemplar, sino una moneda. ¿Qué se comprará?, no lo sé. Algún otro juguete para llenarle de regueros la casa a mamá, y luego romperlo para descubrir de qué está hecho.
Ahora lo alza como el mayor de los trofeos. Lo merece. Y lo recorre en alto por toda la casa. Ya los vecinos lo saben, lo sabe el cangrejo que vive en la acera, lo saben sus libros de cuentos (uno de Alexis Díaz-Pimienta, se ha puesto muy contento), los de colorear, su bicicleta, sus zapatillas de ballet…: a mi sobrinita se le ha caído el primer diente. Ahora tiene un agujero en la sonrisa.
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