En la noches suelo acostarme con sus canciones, y entonces ellas saltan del disco y se agarran fuerte a la lamparita de noche y empiezan a dibujarse en las paredes. Se dibujan en todas direcciones y en todos los tamaños, y se pasan un buen rato guiñándome los ojos y riendo a mitad de la oscuridad. Luego, cuando ya el sueño es demasiado, comienzan a caerse, una por una, sobre la sábana y caminan por el colchón profanándome los sentidos.
Por los oídos me entra Tú y yo, por la boca La ventana, rajándome los labios con una violencia tenue, y por el ombligo Tengo, y por los poros Mulata, y por los músculos Bésame y Distancia por las venas y Canciones por las pupilas y por los cabellos Azul... Por eso despierto en las mañanas con las melodías dentro, y con un sabor terrible a él, aunque no lo sepa. Por eso me parece conocerlo de siempre, de los sueños, de las historias compuestas en otras latitudes y meridianos, pero que de repente se hacen tan mías, tan de mi cama y mi cuarto y mis paredes.
La primera vez que lo encontré había poca luz, pero su silueta conquistó el espacio aún sin palabras. Su silueta apagó las otras voces y se interpuso a la fatalidad de un concierto sin concierto. Se agachó en la esquina derecha de la tarima, soltó el micrófono, y lanzó sus letras ante la impaciencia de unos universitarios que perdonan bastante pocas cosas; se agachó y dijo: “… el tiempo se hace corto cuando la vida no se queja, yo no quise soñar si no soñabas tú, y solo tú y yo, solo tú y yo sabemos lo que nos pasó”. Todo fue silencio.
Años después lo volví a encontrar. Afuera había una cola sin últimos ni principios, y unos custodios que si te miraban demasiado te hacían explotar. La marea me consumió en segundos, fui de un lado a otro, me aplastaron la cara con otras caras y los pies con otros tacones, después choqué al centro con el pecho del guardia, hasta que sin que pudiera darme cuenta del cómo, estaba adentro. Estaba adentro, y ya poco importaron los abismos, poco importaron cuando Raúl Paz comenzó a cantar y yo estaba sentada en el Brecht, a solo unos metros del micrófono.
Entonces cerré los ojos, me imaginé otra vez en el cuarto y las canciones volvieron a subir entre las luces y a caérseme encima del pantalón y la blusa. Cerré los ojos, y me hubiese quedado para siempre en aquel asiento, escuchándolo, descubriendo cada nota y volviéndome a enamorar de la poesía en las letras; descubriendo que es mucho más que un nombre y una carrera, mucho más que una imagen o los comerciales y videos de la tele.
Encontrarlo entonces a mitad de la calle, a mitad de G y 23, y conversar sin que aún se enterara de que me había robado sus letras, fue impensable. Y el tiempo se detuvo de repente, y pudieron volcarse todas las aceras o colisionar todos los carros, no importaría en lo absoluto, él me hablaba con la serenidad de los minutos colgándole de los labios. La historia me la fui escribiendo en las venas, de a poco, o de a mucho, y después no fue nada difícil sacarla al papel: bastó con cortarme en una esquina de la muñeca.
Tenía mi edad cuando se ganó una beca para estudiar en el Conservatorio de Música de Paris. Era la segunda vez que participaba, y hasta ahora, es el único cubano que lo ha conseguido. Dice que es Raúl Paz, precisamente por cómo lo transformó Francia, de la misma forma que lo hizo México con Benny Moré, que tal vez no hubiese sido igual de otra manera. Estar lejos, sin poder volver a casa, y regalando sus canciones de raíces tropicales a otros públicos, fue difícil, pero las borrascas nunca mellaron su esencia: “siempre canté en español”. Temía mucho que su música no funcionara en Cuba: “por suerte no fue así”, me dice, y sonríe, con una magia inexplicable.
“Yo no soy trovador, le doy mucha importancia a las letras, pero a la música también”. Esa quizás es la fórmula, el misterio que construye aficionados sin muchos esfuerzos, la receta que hace a uno perderse entre las notas y zozobrar sin causas ni destinos no salvamentos: hasta decoraría de agujas los salvavidas.
Ahora está procreando un nuevo disco, será en español y en francés: “se lo debía a Francia”, asegura, aunque está siendo bastante complicado la conjugación de ambos idiomas. ¿El nombre del disco?, todavía, se le hace difícil encontrarlo.
Y entonces uno se queda escuchándolo sin tiempos, pensando, en secreto, cuántas noches jugó a ser otra con sus canciones… y uno siente que se va perdiendo sin límites, y que poco importará si regresas o no.
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