… te saludan sin pestañas, y con las manos oxidadas por todas esas historias corroídas y sin tiempo. Apenas tienen fuerzas para levantarse entre las olas, y desde el borde se dejan abofetear hasta el cansancio. No duermen ni hablan, se les cayeron las bocas hace muchos siglos, después de los silencios prolongados, y luego los peces hicieron banquetes infranqueables. Están hechos con pizcas de nubes que se deshacen al viento, y de soplos indecentes y susurros debajo de las faldas de las señoritas.
Los muelles caminan sobre vidrios rotos y después los comen y después los escupen y después vuelven a caminar sobre ellos. Y se pasan los días bajo el sol que termina por grabarles en la piel todas las penas, y se manosean con los secretos de la gente, y se van muriendo en una soledad acompañada.
Y vengo yo de intrusa a pisotearlos como otros; llego y me siento y lo beso y le cuento historias de desamores para que llore, vengo sin consuelo, sin pañuelos, sin treguas. Vengo a clavarle estacas, a recordarle que los barcos siempre se marchan.
Por último, lloramos juntos las penas de otros y las nuestras, y las de otros nuevamente. Por último nos abrazamos y nos prometemos el futuro, a sabiendas de que la felicidad también se va.
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