Estaba de pie frente a la puerta, con la mano en alto y las palabras bajo los hombros. Estaba en silencio, lleno de sudor y cobardías. Rompió barreras, viajó casi 300 kilómetros para intentar comprenderla, para mirarle a los ojos que siempre le mintieron; pero aún así, ni siquiera se atrevió a levantar la aldaba.
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