Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el edificio número 4 de la calle 63 en Pueblo Griffo, había de recordar aquella tarde remota en la cual se descubrió el primer conducto. El barrio no siempre fue de aguantar las tragedias, es cierto, pero como plaga bíblica cayó sobre él esa enfermedad mortal a la que llaman: “zanja”. Los pobladores cargaron sobre sus espaldas la maldición de los constructores. Casi nunca se les vio feliz en los daguerrotipos, mamá siempre quedó con la gotera cayéndole en el hombro izquierdo y con una mueca infernal en el rostro, papá: con la plomería en mano, o con cara de frustrado por no saber resolver los problemas de casa; bebé no, bebé, en cambio, siempre sonrió.
Todos los años, al menos una vez al mes, los vecinos se reunían en magna asamblea para discutir el saneamiento popular y hacerle entender al gobernador que la peste, allá por siglos lejanos, comenzó azotando de esa misma forma, o que la fiebre amarilla y el dengue pudieran extinguir a la comarca. Pero los papiros se perdieron, una y otra vez, como si aquella ciudad estuviera destinada al olvido. Dicen que un hombre llamado Homero los robó, y reescribió sobre ellos épicas historias que enviara a una tal Ilíada u Odisea, no se sabe con seguridad.
Y pasó el tiempo, pero la zanja no, ella continuó cual Hidra de Hércules: si le cortaban una cabeza, pues entonces le salían dos. Acudieron en auxilio disímiles personajes, pero ninguno pudo descifrar el material de las tuberías, ni entender las reparaciones anteriores de las que fue objeto. Pinocho decidió cortarse la nariz ante la derrota, Guillermo Tell prometió repartir manzanas entre tanto no se solucionara el problema y Caperucita Roja le ofreció su mano al lobo si lograba acabar con la zanja. Pero nada dio término a la maléfica aparición.
Aún esperan alguna respuesta, pero ya los fusiles apuntan a la sien del edificio, ya los moradores incorporaron el mal olor en las comidas, ya hasta los mosquitos se sientan, muy cómodos, a ver la novela o alguna película de las “buenas” que trasmite la televisión cubana.
Y si han de morir, pues lo harán con la esperanza de que al menos, la sangre, teñirá de rojo las aguas. Quizás así, al fin, lo noten.
Eres un ángel. Quisiera que a muchos Pinochos les cortaran la nariz, aparecieran más Guillermos Tell para repartir entre los desposeídos, con Homero no cuento, te tengo a ti para narrar historias... pobre de la Caperucita, ojalá encuentre un mejor camino para llegarse hasta la casa de la abuelita y evadir una fétida zanja...
ResponderEliminarGracias amor, gracias miles y siempre... sabes que cuando me dices alguito me pongo muy feliz. Y bueno, estaré esperando contigo a que, por fin, sucedan esas cosas. Un beso.
Eliminar¡Muy buena forma y mejor fondo, amiga, vos siempre tenés los ojos mirando hacia donde se debe! Además parece que este escrito fue redactado en el mejor de los papiros, seguro elaborado con una planta procedente de la inmortal zanja en el edificio 4 de la calle 63.
ResponderEliminarAbrazo.
Jorge: Pues gracias!!!! hacía ratico no te asomabas en estos otros ojos... gracias por lo que me dices, es un placer para mí escribir, y si te parece que está redactado en el mejor de los papiros, pues me fortalece mucho. Un beso.
EliminarDespués pones eso en un libro y alguien dice: ¡esa muchacha es un poco exagerada, pero tiene una imaginación...! Gracias por asomarnos a ese capítulo de tu zanja.
ResponderEliminarjajajajjajajaja, bueno, imagíante!!!!, esa son las historias que emanan, de noche, desde la zanja y llegan hasta mi cuarto. Gracias a ti, por regalarme esos comentarios que me fascinan. Un beso.
EliminarOjalá el arte y maestría conque recreas las realidades que nos aquejan sensibilicen a otros muchos y Juan Candela se hermane con Pinocho y Robín Hood con Guillermo Tell para ver si de una buena vez la unión hace tanto la fuerza como la sensatez para que las dolencias de la Comarca escaseen. Besos
ResponderEliminarAsí es Ariel, ojalá... ojalá los que tienen que entender entiendan... un besi.
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