“No sé de qué me escondo, de qué males escapo / ni qué lágrima extraña me llama desde el mar…”
Carilda Oliver Labra
Carilda Oliver Labra
Llegué, por primera vez, cabalgando encima de un rumiante, mientras las sillas y la gente me robaban la tranquilidad. Durante más de una hora salté al compás de los baches, hasta que el camello paró en seco y me escupió a mitad del pueblo. Había mucho silencio entonces, las casas empezaban a despertar a esa hora, bostezaban sin pena y se estiraban sacudiéndose de encima la pesadez de la noche. Al final, estaba el mar, venía yo buscándolo desde la guagua, levantando la cabeza por encima del señor regordete y la señorita con estilo de poeta; pero no me dejaron verlo y tuve que adivinar cómo los peces saltaban entre los botes que parecían pequeñas manchas de madera sobre el agua.
Gibara me abrió los brazos, y yo me acurruqué sin demasiado recato, pensando que tal vez sus construcciones le devolverían la valentía a mis miedos. Caminamos la ciudad sin prisa, degustando cada esquina, guardando en nuestras cámaras la pasividad de los colores y el olor a mariscos que a veces se hacía insoportable. Nos detuvimos a la vera de un pino y quise subirme en él, caminar por las ramas como si mi cuerpo no pesara demasiado para esas acrobacias, quise quedarme escondida en el cabildo, o en las estatuas, o en el cine. Pocas cosas en mi vida me han dejado tan sin palabras como Gibara.
Nos fuimos sin decir adiós, porque uno no puede andarse con sentimentalismos ante las ciudades, además, porque prometimos volver para una jornada del cine pobre más rico del mundo. Pero la distancia nos fue complicando y la cordura invadió los planes, crecimos sin darnos cuenta y ya no volvimos a aventurarnos en un tren, por más de 8 horas, ni desembarcamos en Cacocún con mochilas alegres al hombro. No, no lo hicimos y la Gibara de la universidad apenas quedó en las fotos, en los recuerdos y en la herida que tengo en el dedo gordo del pie.
Un día, otro, tuve que tragarme el dolor de la noticia. Todos hablaban del huracán, de esa locura de entrar por Holguín, horas después: de las pérdidas, de lo terriblemente arrasador del paisaje, de las decenas de familias que quedaron sin casas. Y yo lejos y sin poder explicar las causas reales, sin poder decir que el mar, desde hacía mucho tiempo, quería abrazar a Gibara: hay amores así, imposibles, porque si suceden, matan.
Cinco años después, y gracias a una suerte que desconozco, pude volver a Gibara. Fue difícil afrontar el paisaje, ver zonas desérticas donde antes hubo tantas casas, tantas familias que debieron morir de sufrimiento. Esta vez, tragué el mar por mis pupilas desde la curva en la carretera, esta vez conversé en silencio con los botes, esta vez escuché historias delirantes mientras observábamos la silla y un cementerio, y de las manos de otros amigos recorrí otra vez las calles, suspiré otra vez en el pino, y se me revolvió el estómago otra vez por el olor a pescado.
Gibara es un pueblo mágico, de esos que en las noches recogen a sus habitantes en un gran barco y salen a pasear, hasta el amanecer, por la bahía.
Imágenes del paso del huracán Ike por Gibara:
Gracias Melissa por desvelarte antes los enojos del mar de Gibara, o por las curvas de su silla, o el olor a pino, marisco... Todos, al menos los holguineros, tenemos alguna historia que contar de Gibara, la Gibara mía, a todos nos pertenece un pedazo, el mío lo comparto contigo, amiga.
ResponderEliminarGracias a ti Chely27, por leer, por dejar que me robarara un pedacito de tu Gibara y por comentar en este post que es más tuyo, de los holguineros que mío. Un besi grande.
EliminarAracelys: Graciassss, ahora dobles, no me di cuenta que eras tú, jajajaj, en mi bobería. Bueno, ya te regalé estas letras, pero te las devuelvo, otra vez, y te las regalo dobles. Pues anjá, compartimos ese pedacito en Gibara que me roba las calmas. Un beso inmenso y cuando quieras te sumas con Dianet para que puedas conocer a mi Cienfuegos. Muass...
EliminarUuuffffff!!!, después de leer ya me dieron deseos de ir a Gibara.
ResponderEliminarPues adelante, no te perdones no ir algún día. Un besi.
EliminarMelissa: Esta vez te excediste. No tenías que exagerar. ¡Qué buen post, muchacha! Si yo tuviera en mis brazos el mar de Gibara, te abrazaría ahora mismo.
ResponderEliminarMila: gracias corazón, de verdad, uff!!! me alegra mucho mucho mucho, siempre lo sabes, que te gusten mis letras imberbes. Y tú tienes el mar en tus brazos (y mucho más), claro que sí (aunque no sea el de Gibara) y cada vez que te leo y me escribes siento también que me abrazas.
EliminarUn besi grandote.
Meli… un día regresaré a Gibara, hoy me llevaste a ella en la mágica carroza de la palabra, tu verbo intemporal dibujó en mis ojos la Gibara de aquellos tus días de la universidad y nuestros tiempos y desdibujó la soledad tras el abrazo de ese amor que mata… un día regresaré a Gibara y ese día te sentiré a mi diestra y a tu sonrisa este amigo te dará las gracias por invitarle también a ese segundo viaje…
ResponderEliminarAriel: no sabes lo privilegiada que me siento cuando me dices que estaré a tu diestra a tu regreso a Gibara. Gracias a ti, siempre. Me alegra mucho que estas pocas letras te ayudaran a recordar. Un beso grande.
EliminarPor acá Yan, el nuevitero,espero que no me hayas olvidado, te escribo para decirte que imagino que hayas pasado por mi tierra alguna vez, y espero que te haya gustado tanto como holguin, y ademas también espero que haya espacio entre tus pensamientos para mi provincia,....jeje
ResponderEliminarHola Yan: no, no he pasado nunca por Nuevitas, pero prometo que si lo hago, le escribiré una croniquilla. Un besi y gracias por leer.
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