“Nemesia -flor carbonera- / creció con los pies descalzos. / ¡Hasta rompía las piedras / con las piedras de sus callos!...”
Jesús Orta Ruiz
Jesús Orta Ruiz
Le vi el fondo de los ojos y allí solo había sangre y balas y uniformes de mercenarios. Estaba el camión alejándose de Soplillar dando vueltas en la pupila y los gritos le subían por las pestañas, saltaban a las cejas y trataban de escaparse de los recuerdos; pero otros surgían en el centro mismo del iris. Las manos de carbonera y las piedras de sus callos han cambiado bien poco, y el retrato de su madre, a mitad de la sala, se roba el silencio del poblado. En el cuerpo están apocopados los dolores desde abril de 1961 y desde que su nombre quedó perpetuado en la elegía a sus zapaticos blancos.
Tocamos a su puerta, por primera vez, un día extraviado de febrero de 2011. Queríamos a ultranza conocer a la niña de los zapatos. Y también violamos su espacio, y sin darnos cuenta le pedimos que contara la historia, otra vez, y aunque nos atendió con el corazón abierto, percibimos cómo la tragedia resurgía de sus palabras. Habían transcurrido, en ese entonces, 5 décadas, pero ya lo dije: en sus ojos solo había sangre…
Tuvimos que mordernos el oficio, pedir perdón en las letras que vendrían después y prometerle, como obsequio jamás suficiente, un ejemplar del periódico que fuimos a conformar a la Ciénaga. Entonces ella alzó la mirada como buscando las confesiones en el aire y nos dijo: “ustedes siempre prometen que me traerán las entrevistas y en 50 años nadie lo hecho”. Por eso, este marzo de 2012, cuando tocamos a su puerta y ella abrió y nos miró con un rostro extraño, esquivando quizás las preguntas de siempre, y yo con el diario en la mano, con el dedo pulgar sobre su foto, con las letras que prometimos, no pude más que decirle: Nemesia, aquí le traemos su periódico; y en desespero una paz me nubló las esencias.
Ella nos hizo pasar a su casa y nos agradeció sin percatarse que nosotros veníamos con el rostro apesadumbrado, sin notar la precaución de las palabras; así que cuando sostuvo en sus manos nuestro trabajo, el primero que regresó a Soplillar en medio siglo, decenas de disculpas se le colaron por la piel.
Nemesia nos contó cuánto ha sufrido y cuán difícil le fue enfrentar el aniversario 50 del ataque a Playa Girón. Fueron muchos los homenajes, las emociones, los trabajos periodísticos: “ustedes a veces quieren que yo sea actriz sin serlo”, dijo, los recorridos: “estuve en el 2do frente, en Santiago, y después que mi hermana y yo colocamos una ofrenda en la tumba de Vilma, no pude hacer más que echarme a llorar”, y estuvo también el Congreso. Una niña se le acercó con un par de zapatos blancos como regalo y la conmoción fue tal que un derrame se apoderó totalmente de su ojo derecho. Ello, sumado a las constantes subidas de presión, obligó a los médicos a prohibirle que concediera más entrevistas.
Es hora, tal vez, de ir mencionando lo menos posible el nombre de su madre, de dejar en descanso eterno a los zapaticos blancos agujereados, de homenajearla, pero en silencio, de visitarla, pero solo con rosas en la mano. Cuando le dimos el periódico y ella nos confesó que ahora empezaría a creer un poco, quizás se redimieron muchos de los juramentos que alguien le hizo alguna vez, “todavía estoy esperando un video que me iban a mandar de Santiago”, pero eso aún es escasísimo.
Estas son, tal vez, las últimas letras que le escriba, la última vez que recuerde con pesadumbre cómo de niña recité demasiado su elegía. Y un temor, uno leve, me sube por las piernas, no sé si tenga la osadía de tocar, otra vez, en su puerta para demostrarle cuánto la venero.
DIOS, a veces nos olvidamos que ella y otros tantos que tienen en su vida recuerdos como estos, antes que nada también son seres humanos.
ResponderEliminarAsí es Yailin, así mismito. Gracias por leer y comenatr siempre, un besiiii
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