Los que caminan cogidos de las manos, / con sus manos levantan una torre, / construyen una casa, / organizan el mundo…
Fernández Retamar
La acera tiene un nuevo inquilino. Nadie sabe cómo llegó, o si trajo un morral, o los motivos de la mudanza; solo tienen la certeza de que vino caminando hacia atrás. Llegó sin ruidos, sin avisos, pero con una seguridad espantosa y la decisión firme de quedarse para siempre.
Vino solo. Tal vez se cansó de la salobridad de su vida, de los vecinos con escamas, que poco tenían que ver con él. Quizás un mal amor, un desamor, un no amor, lo obligó a salir a tientas en busca de otras realidades. Vino solo, a lo mejor con el corazón roto, pero con unos deseos enormes de aplastar todos los obstáculos, a golpes de almas.
Ahora vive allí, en la acera, en el cemento. Con sus muelas logró abrirse paso, hizo un hueco en el concreto, despejó los escombros, y plantó su casa, su cueva, su guarida. Un cangrejito salió del mar, pero se pasó de las arenas, de las conchas que lo llamaron “feo y barrigón”, y tuvo el gran valor de empezar de nuevo en un lugar donde nadie hubiese creído que era posible: en la acera de casa de mi hermana.
Todas las tardes mi sobrinita lo alimenta con pedacitos de su comida. Ella sabe que es muy extraño, y que él la necesita. Quizás el cangrejo de este cuento encontró lo que buscaba, aunque ella tenga 5 años, manos, y pies, y ojos, y no camine hacia atrás. El amor no busca formas, ni formalidades, ni momentos, ni explicaciones… entonces sí, por qué no, un amor de acera puede cambiar el mundo.
Muchas gracias... y claro que sí, a las baladas, como las letras, me encantán.... gracias por leer
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