miércoles, 29 de junio de 2011

Corriéndole al tiempo

  Entré por la misma puerta, la de tantas veces. Los colores del paisaje quizás cambiaron un poco, pero, en esencia, se siguen cayendo las flores a las mismas horas. Están mis puntapiés, y los de todas mis amigas (especialmente las de Leslie, Susy, Karen, Lianet, Donaris, Claudia, Bárbara, Tabu, Isa), grabados en el piso de la facultad (que ya empezó a desteñir el azul con las lluvias). Y la brújula continúa dando vueltas sin detenerse, ahora comprendo por qué nunca supimos si avanzábamos al norte, o retrocedíamos en el oeste.
  Me bajé de la misma guagua, que mal puesto lleva el nombre de “3”, debería llamarse “256418”, en honor a todos los viajeros que fuimos víctimas de apretones, morados y malas leches. Me bajé, sí, pero fue diferente. Entonces me recordé pisando esos mismos escalones, con miles de dudas, y el corazón roto, con la presión de las pruebas, y los deseos inevitables de escapar al río, de bailar mientras durara la noche en el club, y hasta rosear la garganta con alcohol de 90 (manteniendo fósforos aparte, claro).
 
El mismo aire me golpeó la cara. Ese aire de “todo está bien”, de “es tiempo de disfrutar”, de “todavía somos jóvenes”… y millones de imágenes me pasaron por el lado en una carrera indetenible. Quise ponerles pausa, y saben que lo intenté, más no sucedió, no pude. Desfilaron a mi vera tanta gente (que no he vuelto a mirar a los ojos), tantos nombres (que no he podido olvidar), tantos recuerdos (que llevo pegados en los poros), tantos desengaños (que me hicieron aprender), tantas alegrías (que conservo aún en las pupilas).
  Caminé por los mismos senderos, y descubrí que aún los sabía de memoria. Cada pedazo de edificio (la beca, el comedor, el teatro, la biblioteca, la piscina, la facultad, todas las facultades, el 900, los U, los C, el SEDER…) tiene algo mío, todos, y cada uno de ellos me robaron algo: si bien fue unos centímetros de pelo, de piel, decenas de pestañas o las cejas, o las risas, o las lágrimas, y los nervios, y los besos (robados, o regalados, o mal puestos en otros labios), los abrazos, las despedidas (esas que llegaron cuando menos hacía falta), las promesas (falsas a veces)… hasta la madrugada se tragó mi aliento, y lo diseminó en la mañana, por eso estaré siempre, estaremos, en la Universidad Central de las Villas.
  No es tiempo de arrepentirse por lo que no hicimos, o por los movimientos mal calculados. Es tiempo de correrle al tiempo y demostrarle cuánto crecimos en esos cinco años. Es tiempo de recordar con la frente en alto, de venerar a los amigos (los amigos de la universidad, los verdaderos, son eternos), de bendecir los momentos, de honrarlos, de vivir pegados con el oído en la tierra… así, nunca estaremos demasiado lejos, ni demasiado separados, ni demasiados solos; y nunca, nunca, será demasiado tarde para volver.

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