miércoles, 22 de junio de 2011

Teatro

  Estoy dormida. Quizás en un árbol sin ramas, o sin tronco… o tal vez tengo un miedo terrible a que se me estrellen las alas contra otras alas que vuelan en la misma dirección. Siento una necesidad urgente de encontrarme, de hacer las cosas que quiero, que me gustan y alimentan. Pero despierto y todo está oscuro, sin señales, sin rumbos.
  No me gusta que mis pies caminen sobre otros pasos, ni que mi boca repita las palabras que ya dijeron otras bocas; mucho menos que mi mente reproduzca escenas de vidas prestadas. No puedo tolerar el no saber, el permanecer quieta para que las esquinas no me rompan la piel; para, finalmente, no chocar con la realidad.
  Pero aparece Alguien, y tiene pegado al cuerpo tantas flechas, tantas rutas, tantas opciones. Y entonces lo veo por encima de mis miedos: llamándome. Soplando viento contra mis alas, lanzándome preguntas que pegan contra la sien y me tumban, y estoy de bruces en el suelo, dando las vueltas que nunca di, tragando la tierra que jamás probaron mis labios.
 
No sé cómo ni por qué me encontró. ¡Me conoce tan bien! Sabe de mis temores y mis malos pasos, de las inseguridades, de las preocupaciones, de los hoyos en el cuerpo, en el alma, en la psiquis, en los amigos, en los amores… Sabe el color verdadero de estas venas, y el sabor real de mis palabras.
  Por eso le he prometido despertar. Ser, al menos, un granito de azúcar entre tanto mar salado.

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