Van borrando los pasos cansados, las pisadas de los infieles, de los tristes, de los que caminan con sonrisas falsas, de los que miran al cielo, de los vendedores, de los pulcros, de los impíos, de los enfermos, los cuerdos, los orates, los casados, los solteros y los insatisfechos, y los incrédulos, y los violentos, y los pausados…, van borrando todas las huellas. Parecerá entonces que nunca estuvimos allí.
Todo vuelve a cero cuando cae la tarde. A cero. Y se escurre el día entre las líneas de los costados y las escobas, entre el agua y el incesante barrer sin descanso. Los pocos rayos de sol que van quedando hacen el resto, más el ritual es impresionante, tal vez, poco apreciado, incluso por quienes con la punta de los pies insisten en volver a ensuciar los espacios.
Llegada la hora ellos aparecen de entre la nada. Traen acuestas sus inmensas escobas y sobre el traje la paciencia de la tarde. Caminan despacio. Seguros. Luego desvainan como espadas unas mangueras pintadas de verde. Disponen del lugar. Lo acondicionan todo en pocos segundos. Entonces brota el agua por todos los recovecos; el boulevard se recuesta sobre sus hombros, pacientemente, y aguarda, quieto, mientras lo bañan.
Los señores parecen caballeros andantes. Pero sus nombres de Quijote con lanza y sus caballos que no se llaman Rocinantes, nadie los conoce. A pocos les importa. No se detiene a venerar el vaivén inconfundible de sus manos, ni a degustar el sabor que plasman sobre las aceras de todos. No, no lo hacen. Solo chocan las espaldas para no verlos, solo avanzan, indetenibles, hacia el vacío incierto del destino.
Quizás los hidalgos hayan sembrado su piel bajo las hendijas del granito, alimentando el aseo con el puro sudor que desborda de las frentes. No tienen molinos gigantes, pero saben hacia donde van, y persiguen, recto, sus caminos. Por eso estarán siempre después de las trazas, sobre los pasos de otros, de los desconocidos. Estarán con los soles, con los bancos, con las vidrieras…
Levántense entonces los castigos para quienes no ven con sus ojos. Vayan tras ellos en persecución infinita. Sépase que hay señores anónimos que se encargan de mantener limpio el espacio que mañana estará bajo tus pies. No pequen en los errores de quienes pasan demasiado rápido por la vida, porque mañana puede terminar todo, y nunca se habrán detenido a mirar la prodigiosa magia de las escobas.
Melissa: "Normalmente" se habla de las escobas de las brujas. Debe ser porque, por desdicha, estamos llenos de ellas. Pero ya ves, ya veo, tú portas escoba de ángel y, para nuestra fortuna, nos das en ella un bello paseo por tu bulevar.
ResponderEliminarGracias, millones.... por leer, por estar... por defender también esas otras escobas que no velan, un besi...
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