viernes, 19 de agosto de 2011

Cuando despierto en las tardes

 
La tristeza pequeña
(Dulce María Loynaz)

Esta tristeza pequeña

Que podría guardarse en un pañuelo…
Esta tristeza que podría echar
Con las flores marchitas.
Que podría llevársela volando
El viento.
Y que no vuela.
Y que no se echa.
¡Y que no cabe ya en mí toda!...

 
   
 Llevo en la muñeca tu pulso, y en mis ojos tus cristales, y en el refrigerador tu vino, y en el cuarto tu imagen… llevo el alma rota, y una paz indecente que me sube por las piernas hasta ahorcarme la sien. Llevo los pesares en un morral y los arrastro por los únicos caminos de piedras y púas; llevo tus recuerdos como lazarillo para cuando la luz se apague, y cada una de tus palabras grabadas como tatuajes que sangran y se hinchan y perduran.
  Estás a pesar de las distancias, de los contratiempos y de lo inverosímil. Estás por encima de los aguaceros, de las colillas infernales, y de los hielos que no se derriten. Estás en las huellas, en el ron, en todos los caminos que no condujeron a Roma, que no nos llevaron a la ciudad de luz, ni a la torre, ni al Partenón, ni a la Fontana de Trevi para cumplir los deseos.
 
Y se me desdibujan tus historias, se me derriten como lava, y me corren por el rostro: todos los intentos; y se me apagan los poros, y me marchito despacio, sin que nadie lo sepa o se entere o me salve. Y lánguidamente renace todo, vuelve el aire a recorrerme, a soplar sobre los laberintos, y nos distiende, una y otra vez, sin cansarse, sin preguntar.
  Cierro los ojos, pero me siguen doliendo tus palabras, y me niego a entender, porque no hubo espacios en mi infancia que me dejaran ser diferente. Después maldigo, escupo sobre mi suerte (¡mi pobre suerte!), y me resisto a la vida misma, a las oportunidades, a los errores, a los olvidos; me resisto a perder gente, a pronunciar las frases indebidas y las letras que duelen. Me resistiré siempre.
  Voy a seguir durmiendo con las imágenes tuyas que sobrevivan a la tormenta, las que decidan apostar sentimientos después del tsunami y se atrevan a volver a mirarme a los ojos. Voy a calmar la espera del después, a guardar tus periódicos con mis crónicas en el mismo lugar de siempre. Voy a sembrar aquella flor y el poema. Voy a subir a la azotea, voy a tragarme el flamboyán, voy a terminar con todas las mariposas para que, cuando despierte en las tardes, pueda volver a sentir esa tibia sensación de tus manos sobre las mías.



3 comentarios:

  1. Un poema. Maravilloso regalo hecho con la belleza que da la escritura nacida muy adentro. Gracias, Melissa.

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  2. Gracias a ti Ro, por leer, y acompañarme en este viaje que hacemos después de las aulas de la UCLV. Un besi

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  3. Cierro los ojos, pero me siguen doliendo tus palabras, y me niego a entender, porque no hubo espacios

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