miércoles, 10 de agosto de 2011

¡Peligro!, hombre al bate

  Tengo miedo. Me asustan las palabras descompuestas. Esas que se tiran contra el suelo y no se rompen. Las que rebotan, las que pegan, las que gimen. Me espantan las lenguas con espinas, los cerebros sin rosas, los corazones de piedra. Me aterran los vacíos, la oscuridad de las sílabas, los destellos mojados. Me escondo entre algunas páginas, pero sus gritos son más fuertes y hacen eco en mis tímpanos. Ellos hablan con esas mismas palabras que duelen.
  Los escucho siempre, están bajo mi ventana. Vienen porque saben que les tengo pánico. Gritan a todas las horas. A deshora. Todo el tiempo. Después de él. Tiemblo, y se me quedan unos vocablos con sabor agrio dentro de la boca. Ahora los escupo. No puedo llevarlos dentro por mucho tiempo.
  Este martes se golpearon las caras. Según ellos es de buen gusto socializar, a merced de todos los vecinos, sus relaciones de pareja, y dejar bien claro el significado que para ellos tiene una mujer. ¡Son tan jóvenes! Apenas unos muchachos de mi edad, de 20 y 24 años, que deberían estar descubriendo a Rafael Alberti (que no es reguetonero), o algún otro poema de Eluard, el por qué de su querella con Dalí, o a un cuadro de Monet. Por eso tengo miedo. Mucho.
 
De repente llené la cuartilla con sus historias: la de fulanito que embarazó a la mujer de su amigo, la de mengano al que le fueron infiel (juro que no utilizaron esas palabras) y entonces el hijo no es suyo, pero tiene que criarlo porque no le queda más remedio, la de ciclanito, que el pobre, nunca “se ha echa´o a ninguna”… Poco a poco fueron aumentando las metáforas, los tropos, los símiles, más no sé si lo sospecharon. Pero los recursos literarios se tornaron muy degradantes, los escupían para todos, y cuando miré sus caras supe que se sentían orgullosos por ello.
  Entonces las vidas personales y públicas, para nada privadas, se aderezaron del juego nacional; y a través del lenguaje de la bola y el guante, cada uno fue bateando, lentamente, las barbaridades. Algunas rompieron los cristales de la puerta de mi vecina. Los que cayeron en mi casa, le abrieron un hueco enorme al piso del balcón. Si continúan así, no dudo que sean los responsables del hundimiento del edificio.
  Ahora les cuento las habilidades de estos chicos:
  Juanito es cuarto bate, de esos a los que no se les escapa una, le sirve cualquiera, le “da” a cualquiera, venga como venga. Él también ha sido golpeado por lanzamientos, pero que va, eso no lo ha dañado en nada, de todas formas una base por bolas de vez en cuando no le viene tan mal.
  También está Raúlito, ese está en 3 y 2, no sabe qué va a hacer con el próximo lanzamiento, si corre pa´ la base, o si se poncha y se va en blanco. Debe pensarlo bien, respirar, calmarse, si llega a los tres strike no va a tener ningún tipo de liderazgo en el barrio. Será un Don Nadie.
  Ernestico es el de mayor average, no se puede calcular bien porque siempre asciende, aumenta por día. A todas las que le pichean les da. A veces un hit, un doble o un triple, pero nunca se queda en home. Es el líder en carreras impulsadas y jonrones conectados, sobretodo porque se “come” esas pelotas que están bien buenas, es un vuela cercas con las bases llenas. Esa es la naturaleza de Ernestico.
  Ahora le toca a Pedrito, él es el casamentero, arreglando siempre las lesiones de los demás, buscando cuantas señas existan para ganar el juego. Él le quiere poner la bola en el bate a sus “amigos” para que peguen duro y nadie pueda hablar mal de ellos. A veces les cambia la bola, otras les tira un slider, una curva y hasta rectas; tratando siempre que le hagan carreras limpias.
  Y el pobre Carlitos, ese está más atrás que el ampaya, siempre lo cogen robando, se poncha con las bases llenas, batea para doble play, comete hasta cuatro errores por juego, o su actuación se limita a calentar en el bullpen. ¡No es fácil!
  Jesusín es el tramposo, el desleal, la mala cabeza, el bateador designado. Siempre robando bases, tirando bolas, o bateando fly de sacrificio para anotar a cualquier precio. Le apasionan los knock out, y después del quinto inning le vale cualquier cosa.
  Y así, entre carreras impulsadas, strike, out y juegos salvados, hay para rato, hasta extra inning por la regla de la IBAF. Y mis oídos tan repletos de todo, y ya no sé si tirarles un cubo de agua fría o convocar a una protesta en su contra. Continúan violando la tranquilidad de la noche. Me obligan a escribir sobre ellos, pues no me puedo concentrar en nada más. Ya es tarde. Y aún tengo miedo.
 
 

2 comentarios:

  1. Este trabajo te quedo muy bueno,eres un genio meli sigue asi y llegaras muy lejos.

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  2. jajaj, gracias Faby, de veras. Un besi

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