Me encanta despertar, bueno, algunos días, o mejor: unos pocos días… eh… este, eh…, escasos días, vaya que me encantaría despertar sino fuera por culpa del pito insistente del panadero que me pega al techo; cuando caigo de panza sobre el colchón, ya me ha cambiado el humor, que raro.
Pero la tortura no termina. Logro despegarme un ojo con dificultad, entreabro la persiana, y el sol ni siquiera le ha ordenado a los gallos que canten, cómo es posible. Y allá va el señor, otra vez: piiiiiiiiiiiiiiii, caramba. No se cansa de dar vueltas alrededor del edificio, no se marea, no se detiene, no se le va el aire; y esta vez grita a todas: “el pan, vamos el pan, el pan suave y calientito”. ¿Pero señor, si aún no tengo fuerzas para levantarme de la cama, que las voy a tener para bajar 4 pisos a comprar un pan?, como si viene con el mismo horno.
Por suerte escucho al pan alejándose, me dará tiempo a dormir, sí, aunque sean 5 minutos. Giro la cabeza en la almohada, subo el pie izquierdo un poco a la derecha y el derecho un poco a la izquierda, me vuelvo a tapar y antes que el párpado superior se lance desesperado sobre el de abajo: blumrrrrrr, ¡rediez!, diría Resoplez.
Un camión gigante (lo supongo por el ruido descomunal) entra en acción. Atraviesa el parque como si lo hiciera dentro del cuarto mismo, y se estaciona debajo de mi cama con el tubo de escape descompuesto. El humo me asfixia, el barullo me atormenta, intento colocar mi rostro de calma, pero es imposible, respiro profundo y me pongo a toser mientras escupo el hollín por la nariz. No es posible que recoger los únicos dos latones de basura demore tanto. Sí, es posible: se demoran y conversan alto, bien alto, como si quisieran que yo me enterase de sus cosas, y me entero: “me voy a divorciar Paco compadre, ya no aguanto a mi mujer”, “no lo hagas Cuco, no lo hagas, piénsalo bien, piensa en el chama”. Y casi me asomo al balcón para dar un par de consejos, pero me doy cuenta que estoy en la cama, con pocas ropas y con un sueño que me revienta.
¿Ya para qué seguir durmiendo?, si con esos problemas en la cabeza me será imposible conciliar el sosiego de nuevo, además (había demorado) escucho ya otros panes con otros silbatos, niños gritándose desde los balcones, motores calentando los motores, y pitos, muchos pitos y frenazos y choferes llamando… en fin, que ya me levanto, que me levanto.
No sé bien qué día es. Voy directo a la cocina, si queda café, me doy cuenta enseguida que aún estoy viviendo en la primera quincena del mes; me tomo una taza (odio la segunda quincena) y el humor se me amarga un poco más, al baño (si hay agua abro la llave, sino a cargar un cubito como en los buenos tiempos del preuniversitario), me visto y a la calle. Bajo las escaleras y choco con la zanja de siempre, a mi edificio le ha dado por parir zanjas (es muy fértil) y créanme, no dejen que sus edificios se apareen, la maternidad podrá ser hermosa, pero esta no, esta apesta como si estuviésemos ante la mismísima laguna de oxidación de la provincia. Salto el charco (claro, eso lo hago yo, las personas mayores deberán santiguarse y entonces todos sabrán que vienen de mi edificio) y voy a la botella.
Pedir botella es todo un arte, sobre todo si el trasporte en su barrio es infernal o los cocheros de su piquera son exclusivos (solo alquilan, deberían ya colocar los cartelitos encima de los caballos, así: pasaje por 10 pesos). Irse caminando no es una opción, sería demasiado para el comienzo del día. Lo primero es analizar el panorama y la competencia, lo segundo: trazar una estrategia. Miro, el contén de la acera está repleto de sayas y pantalones y bolsos y zapatillas, lleno, de arriba abajo, están las personas casi pegadas hombros con hombros, vaya que no hay espacio ni para una hormiga; y cuando para un carro todos se abalanzan como gato sobre ratón.
Me rindo, decido caminar unas 6 cuadras hasta un punto de amarillo, el color amarillo siempre me ha traído buenas noticias. Llego con la lengua medio en el piso, pido el último, el último, ah, voy detrás de usted señora, y me coloco de pie a esperar la amabilidad de los chapa azules. No demoro mucho en montarme, con suerte el carro me dejará justo en la esquina del Bulevar; pero no, cómo pensarlo, claro que no lo hará, aún deberé caminar otras 6 cuadras para llegar al periódico.
Llego, me parece que pasó una eternidad desde el grito del panadero esta mañana y hasta la entrada al trabajo, digo buenos días (aunque no lo sean tanto) y voy directo a mi cliente ligero (no se imaginan cuánto) a escribir, sí. Tuve que entretener bastante a las musas para que no se malhumoraran con los percances matutinos y me dejasen llenar aunque fueran 3 hojas con sustantivos y adjetivos y verbos.
Todo parece equilibrarse, hasta que me antojo de comer un dulce (padezco de una terrible debilidad por la glucosa), entonces pienso, no, no, si voy otra vez hasta el Recreo solo lograré martirizarme más: con la cola, los dependientes, la burla de los brazos gitanos y los espejuelitos en la vidriera, no, definitivamente no. Aguanto, me retuerzo, se me olvida.
Hora de irse, ufff!!!, iré corriendo a casa y dormiré, sí, antes del baño, qué importa, estoy destrozada. No, falso, falso, cómo pensarlo, jajajaja, deja reír. Para no cansarlos: nada más entro al Parque Villuendas y hasta la estatua me abre los ojos, así, grandes, bien grandes. La cola en los carretones de caballo es inútil hacerla, no solo por la cantidad de personas, sino porque recuerden que los cocheros de mi barrio son exclusivos; y la guagua nunca pasa a la hora que tú necesitas, que raro.
Sin pensarlo decido irme caminando, es la única opción, y total, eso siempre es bueno para bajar un poco la barriga. Voy pensando en las musarañas, en algún tema para escribir (¡qué difícil encontrar uno eh!), tengo cuidado para no caerme en los caños del agua que a lo largo de toda la calzada están descubiertos, como si fuesen trampas de caza, canto alguna que otra canción, recito un que otro poema, y listo, ya estoy en casa, con los pies hechos añicos, pero en casa.
Al menos me queda un consuelo: que eso solo me sucede algunos días.
Meli, si te alienta algunos días míos son como algunos días tuyos jajajaja y al final siempre se les exprime inspiración eh? Cuando vengas a Camagüey, nos vamos con el Mila a comer dulces y a que conozcas los ruidos de mi ciudad, ni te pienses que me ganas!
ResponderEliminarBesos, María Antonieta
María Antonieta: Eso de los dulces y con Mila no me resisto, para allá voy, jajajajajaj... y sí, menos mal que vino la inspiración.... un besi, y gracias, muchas, muchas, por leer. Muass
ResponderEliminarmmmm!!!!, cero que alguien no despertó de muy buen humor hoy, jajajaja
ResponderEliminarMako: ajjajaj, que raro!!! eh??? juro que es difícil mantener el buen humor en mi barrio, jajaja. Un besi y gracias por leer.
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