jueves, 12 de abril de 2012

Colas


Nada más tiene que parar a la hora que yo le diga, frente a los establecimientos que yo le diga y que usted bien sabe, no se me haga el tontuelo, que estas cosas todo el mundo las ve aunque sea con los ojos cerrados; entonces me creerá. Y si se queda cerca para el momento en que comienza la función –porque lo es- advertirá cómo los cubanos han aprendido bastante de las sagas de caballerías. Y poco importará si el mismísimo Mio Cid o Don Quijote, con molinos y lanzas, están de primeros en la cola, ellos quedaran derrotados ante las nuevas estrategias de combate.

Poco interesan ya las buenas normas, sí, se sabe que la situación está difícil y que los dependientes, los horarios y las cantidades de los productos no se lo ponen a uno muy viable, pero no creo tampoco que la situación tenga que ser un caos. No creo que las colas transfiguren en escenas de películas del oste o en la tonta secuencia americana donde solo los héroes salen airosos y con el botín en mano.

Los botines también varían, tenga la certeza que eso dependerá de hacia donde se mueva, ese día en específico, la necesidad de la gente. Y no me venga con cuentos, conseguir cualquier cosa en estos tiempos por la derecha es toda una proeza, y quizás hasta sea cuestión de suerte. No saben todos esos que «resuelven» por detrás del telón, de las cosas que se pierden en una buena cola.


Cada cola tiene su característica muy propia, ¡no vaya a pensar usted que todas son iguales! Cada una posee una longitud específica, una duración determinada, una inflación o nudo en su nacimiento que siempre crece impidiendo a los últimos estar de primeros.

No todas están conformadas por el mismo tipo de personas. En algunas se aprende sobre palabras que han sido incorporadas al español, y que si no hubiese estado allí, jamás se hubiera enterado. Mientras que en otras tendrá la posibilidad de practicar cierto tipo de lenguaje suburbano y cierto tipo de combate cuerpo a cuerpo.

Ser el primero en una cola es todo un arte, créame. Claro, siempre están aquellos privilegiados, vaya los amistosos, esos conocen a cuanto vendedor haya en la ciudad y por suerte ellos siempre les marcan cola. También están los madrugadores, esos se acuestan bien temprano y cuando el despertador suena a las cuatro de la madrugada ya ellos están levantados, salen a la calle y después de tropezar con dos o tres fiesteros que en su vida han hecho una cola, procuran no dormirse mientras llega el amanecer tirados en cualquier acera.

Otros integrantes de la fauna en las colas son los «adivinos», esos tienen el poder único de enterarse dónde, cuándo, y a qué hora van a sacar algo, lo que sea, y allí están, en primera fila y con un orgullo que muerde por encima de las ropas. Por último y no menos importantes, pues son la mayoría, están los pobres infelices que jamás se enteran de nada, que no conocen a nadie, que nadie los cuela y que para mayor desgracia, cuando logran estar entre los tres primeros, siempre se acaba el producto.

A usted le será muy sencillo reconocer un rostro cuando ha vencido el largo trayecto de una cola. Señores, la satisfacción es total y una risa de alivio le recorre a uno por todos los músculos de la cara y entonces uno puede sacar el pañuelo del bolsillo, o la cartera, y secarse las gotas de disgusto, y respirar pausado. Luego, por los hombros le baja a uno una tensión, y promete que no volverá a meterse en una cola de esas, pero, qué va, pocas veces puede cumplir ese juramento.

Sin duda alguna el día a uno se lo marca la cola que haga. Según el fenotipo de la misma así metamorfoseará usted en más o menos amargado, chivado, lesionado o ultrajado. Las colas más dolorosas suelen ser la de los alimentos: la del yogurt, las papas en una placita y la carne en la carnicería, o mejor: el pescado en la carnicería,  esas son un desafío a la paciencia y usted termina sin hambre y con ganas de estrellarle la bolsa de yogurt en la cabeza a cualquiera.

Las hay de otros protocolos: las de los Bancos, CADECA, los trámites de vivienda o en el registro civil, las de la ONAT. En esas termina uno perdiendo las ganas de sacar licencias para cuentapropismo, le da lo mismo vender la casa que cambiar cuc y le importa bien poco si por fin pude viajar o no, que eso ya es mucho decir.

Hay otras colas más inofensivas pero con la misma capacidad de amargarte las horas: las de las guaguas, las farmacias, el pago de la luz y la recarga de los teléfonos. Créame usted que el problema ha radicado durante mucho tiempo en que algunos individuos creen que uno tiene todo el santo día libre para hacer colas.

Ve lo que yo le digo: los cubanos han tenido que aprender a defenderse en las colas, a sacar escudos y lanzas, más reales que imaginarios, para no morir en los segundos siguientes, sobre todo sin saber si logrará obtener o no el botín.

3 comentarios:

  1. Muy buena reflexión sobre las colas, me gusta mucho tu blog. Saludos

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    1. Anínimo: Gracias, de veras, un besi grande y me alegra mucho que te guste estos pedacitos de letras...

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  2. Lo otro más sensacional para mi Meli, porque en primer lugar siempre está ese estilo muy tuyo al crear, es la ingeniosidad, el toque risible y diestro con el que abordas este tema, es la maestría de hacer menos dramático como buena cubana al fin, algo que en si lo es y que a tu modo de crearlo nos hace terminar reflexionando junto a una sonrisa. Gracias amiga.

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