Hace círculos en la pared, círculos y más círculos, como si todo en la vida fuera redondo. Círculos en blanco y negro, círculos de colores, más pequeños y más grandes. Círculos que le tapan la cabeza, camas de círculos, libros de círculos, hombres de círculos.
No abre los ojos mientras pinta círculos por toda la casa. Sabe de memoria los rincones y no le molestan las telarañas que hace siglos no sacude. Sigue adelante con dos círculos en rojo sobre las pupilas, no se detiene, ni se calma en esa manía constante de rayar las paredes siempre de la misma forma.
Pero no se aventura a traspasar el umbral. Solo da vueltas en círculos dentro de la casa, volviendo a pintar círculos donde ya estaban otros círculos. Y las esquinas ya se tornaron oblicuas, y la armazón de cabillas y cemento también.
Y ella que aún no abre los ojos, no lo ha hecho nunca, no lo hará nunca. Al final del día, solo, sola, se desvanece como un círculo en el centro mismo de la sala.
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