Allí estuvo, sin apenas levantar el brazo, sin apenas voltear, sin apenas mirarme... y yo imaginando todo el tiempo que me quería, yo imaginando todo el tiempo que eran verdades sus labios y que no eran de papel sus palabras. Yo en aquel banco, y él en otro. Yo sola con su mano ausente, él con la mía a rastros, a picotazos; se la llevó desde aquella mañana cuando nos detuvimos por cansancio, se la llevó sin permisos, y ahora ando yo sin dedos por este mundo.
Ando yo así, como ahora, sentada al pie de los árboles, desahuciada por unos cuantos roedores que insisten en comerse nuestra historia, y por un submarino amarillo renaciendo en medio de la acera. Ando yo como sin rumbo, pero con rumbo, como sin pies, pero caminando.
Ando yo con su espalda en las pupilas. Alejándome, alejándonos, en una danza terrible que no sé ni cómo llamarle, con una soledad tan aburrida que da sueño, y con tan pocas esperanzas que no sé ni cómo salvarte. Al menos a ti, que aún estás detrás de los parques. Al menos a ti, que aún estás detrás de nosotros.
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