A sus películas las lleva colgadas en el cuerpo. Si te fijas, le verás por sobre el hombro a la chica de Tacones Lejanos y en los muslos a La ley del deseo y entre los dedos a Amantes y por detrás del cabellos a Kika. Cuando habla, te envuelve en un halo de historias que uno no quiere que terminen, entonces te parece que ella ha salido de algún filme para conversar contigo.
Victoria Abril resurgió de la pantalla. Empujó durante unos minutos, como si realmente le fuera difícil traspasar el umbral y el espacio. Sacó primero las manos, después el rostro y el torso y luego toda ella resucitó, cual diosa, ante el público. ¡Bendito sea el milagro!
«Cuando yo era chica, quería ser bailarina, de ballet clásico. Entonces me metí en el cine con la idea de tener dinerito para poder seguir la carrera, no pensaba en ser actriz. Lo que sucedía era que el ballet no traía nada de dinero y el cine sí. Y mi madre me dijo: oye nena, ya está bien, lo del ballet está muy bonito, pero es un hobbit, búscate un oficio, que no seas tú la que pague para trabajar.
«Fue cuando una profesora de ballet me contó que su marido estaba haciendo audiciones buscando una de mi edad, y yo me dije: me voy a presentar a ver si tengo suerte y me quito lo de trabajar de secretaria, que era lo que el destino me había preparado, ¡a mí!, ¡de secretaria!, ¡en un despacho!, que malísimamente informado estaba el destino. Pues me presenté y me cogieron.
«Luego enseguida vino otra película, no sé como, porque yo no tenía gente, lo único que quería era ese dinero momentáneo para librarme de ser secretaria, y dos y tres, hasta la quinta que fue Cambio de sexo, de Vicente Aranda. Esta era la historia de un chico que quería ser una chica, y yo como era una chica que quería ser un chico, la entendí muy bien. Hice la peli, y ahí tomé la decisión de dejar el ballet para siempre y dedicarme a esto.
«Con Arnada he hecho 14 películas en 40 años, la primera a los 14 y la última a los 44. Él ha sido todo para mí: mi padre, mi maestro, mi director, mi inspiración, mi brújula, mi norte cuando estoy perdida, incluso cuando he trabajado con otros y no les entendía, porque yo no estaba muy bien formada, yo decía: bueno, si fuera para Vicente, cómo lo haría, entonces se me abrían todas las entendederas. Son 40 años de fidelidad, eso en el cine es raro, que te escojan a ti entera y a todas tus edades. Eso lo agradezco mucho, más que como actriz, como mujer».
Su risa estalla contra las paredes y luego cae, cual fina lluvia, en el suelo. Le sube otra vez por el vestido y llega hasta sus labios, donde se embelesa al escucharla hablar. Su prolífera carrera como actriz desarma cualquier pregunta. Es difícil imaginar el tiempo cuando se ha hecho tanto, y de manera tan magistral. Más, Victoria revela, que no puede desprenderse de ninguna de sus actuaciones:
«Los personajes en los que he trabajado son como los pasos de una escalera. Me los quedo todos, todos te ayudan a subir, todos te ayudan a aprender, y si quitas uno se te derrumba la escalera, así que como no quiero ningún trastazo… Elegir películas es como elegir hijos: hay uno que es más listo que otro, uno más rubio, otro más moreno, pero no por eso tú puedes decir: me quedo con este. No, elegir es renunciar, y yo no quiero renunciar a nada».
Detenerse en un punto del trayecto, quedarse fija contemplando el mismo fragmento del paisaje, nunca fue el propósito de Abril. Su meta es el final del horizonte.
«He sido siempre un producto de la necesidad: quería ser bailarina, he sido actriz durante 30 años y a los 40 cuando no empezaban a llegar papeles interesantes me dije a mí misma: a ver, cuéntame Victorita, qué quieres hacer, y pensé: lo que quiero, quiero, es cantar, y ahí empecé a producirme, gracias al cine, siempre gracias al cine.
«Tuve la posibilidad de producirme mi primer álbum, mi primera gira, y luego encadené con el segundo disco, porque la música y el contacto con el público es la terapia más grande que yo he visto y hecho nunca.
«Ahora me ocupo de una sociedad que ayuda a lo niños africanos que están encerrados en instituciones a volver a sus casas. Porque estos lugares están llenos de niños que no son huérfanos, sino pobres, entonces nosotros nos damos a la tarea de encontrar a las familias, enviar al niño con un pan bajo el brazo, y darles dinero para que funcionen. Es decir, yo ahora me ocupo de vaciar orfanatos, eso es otra de las grandes emociones de mi vida, ya llevamos 500 niños y hemos cerrado dos orfanatos.
«Entonces, para buscar dinerito que no sea pidiéndole a la gente, este año me he lanzado, porque me lo han pedido, a pintar un cuadro para una subasta pública, y ese dinero recaudarlo para la sociedad. Total, que me han pedido solo uno, pero yo he hecho seis o siete, fue fantástico. Estoy penando directamente en hacer una exposición de cuadros. Pero soy una artista plástica humanitaria, solo para tener dinerito para mis niños».
Con el desenfado propio de quienes no se aventuran a mirar atrás, sino avanzar aunque el camino esté poblado de sombras, Victoria Abril cuenta, también con sonrisas, sobre malos pasos y las sensaciones de ser una chica Almodóvar.
«Metedura de pata: a Pedro le dije que no en la película que más me gusta de él, de todas: Qué he hecho yo para merecer esto. Me la propuso y le dije que no, porque yo tenía que hacer una prostituta en el filme y yo venía de México de hacer una puta también durante tres meses, y entonces le dices que no a la mejor película de Pedro, lo que pasa es que en ese momento no lo sabes.
«Pero haber sido una chica Almodóvar solo tuvo pro, es fantástico, aunque solo fue por cinco años, ser la musa de alguien, eso está muy bien, es como si hubiera sido yo la bailarina de Degas, no fui Degas, pero sí la bailarina».
Victoria confiesa sobre el cine de Tomás Gutiérrez Alea: «me mata, y me recuerda a nuestro Berlanga, el de La Vaquilla y Bienvenido Mister Marshall». La pasión por Cuba se le desborda entre los poros y se le ilumina la mirada cuando habla de la Isla. Revela, también, que le encantaría aceptar propuestas fílmicas en Cuba.
«Yo vine por primera vez en el 94. Quedé enganchada, y entonces, después aprovechaba cualquier ocasión para volver todos los años, por cualquier excusa. ¿Qué tenía que hacer fotos?, bueno las hago, pero en Cuba, y solo trabajo de seis a ocho de la tarde.
«Aquí vine yo a hacer mis clases de salsa, fue aquí donde conocí a mi amor, y luego nos separamos en México y nos volvimos a juntar en Cuba. No hay nada que me guste más que patearme en Cuba, pero a pie».
Después de doce años sin pisar suelo cubano, Victoria revela cómo encontró al país: «pues fantástico, buenísimo, es que yo vine en la peor época, todo era: deja ver que cenamos esta noche, porque comer no comíamos. Además yo viví en casa del habitante, pasé junto con ellos todo, hasta los cortes de electricidad y nos íbamos para el malecón por el calor que hacía, bueno me acuerdo que hasta hice un par de canciones…
«Pero lo que es fantástico es que daba igual, porque aquí las vacaciones son sociales y acá en Cuba cuando ves una calle, cualquier culo canta, baila, ¡hay que ver el movimiento que tienen los culos al caminar! Cuba es de las islas del Caribe la que más puesta está culturalmente, el pueblo está formado e informado. Y cuando uno viene del exterior y ve eso, ¡nena qué gusto!»
Aunque los años pasen de a golpe, sin que uno pueda darse cuenta cómo ha sucedido, a Victoria Abril no parece importarle en lo absoluto. Continúa escalando los éxitos y sin amarras. Sobre los proyectos futuros más inmediatos anunció:
«Estoy rodando una serie, en Paris, se llama La Clementina, ya llevamos tres años renovándola gracias a la audiencia. Luego tengo una película muy bonita en España, que se llama Ismael, de un director argentino. Otra en Francia: una historia de 3 mujeres, es una comedia musical y luego una bien bonita con un director que tiene 84 años, ¡pero unas energías!; esa es una comedia también sobre la tercera edad y el sexo, ¡uy me encanta!»
Cuando finalice el Primer Festival del Monólogo Latinoamericano que se desarrolla en Cienfuegos, Victoria estará presentando en la Alianza Francesa de la capital su última película. The woman who brushed off her tears (La mujer que secaba sus lágrimas) de Teona Strugar Mitevska.
«Es una tragedia, dolorosa: una madre que pierde su hijo porque este se suicida, se tira por la ventana en la primera secuencia, pero poco antes le dice que su padre abusa de él desde los 8 años. A partir de ahí esta mujer es una mujer rota y le cuesta mucho aceptar la vida sin su hijo. Son dos historias, dos mujeres, una en Francia y la otra en Macedonia, al mismo tiempo.»
Abril es mucho más que una mujer con decenas de premios y una filmografía impresionante, es más que la persona que se aprende los textos y luego se posiciona encima de las marcas del escenario; es más que una voz melodiosa y una foto sobre los discos, más que los trazos en los cuadros. Es tanto que a veces no alcanzan las palabras.
Por eso, yo me queda mirándola, impresionada por la sencillez, por la genial manera en que comparte con el público, como si nos conociera de toda la vida; me quedé pensando cuántas veces la vi actuar en la pantalla o en el televisor, sin imaginar que, un día, la tendría frente a frente.
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