Voy a fugarme del tiempo, a violar los espacios donde hay silencios que revientan los tímpanos, a besar los ruidos de los que jamás escucharon la brisa. Voy a desprenderme los ojos para que nadie ose juzgarme por las historias del iris y abriré los brazos mientras la sangre me corra por la mejilla. Voy a decirte que te encontré entre mis letras, cuando en realidad te salvé de las polillas que me consumían los libros en las noches. Voy a mentirte y luego te diré que los lagos siguen siendo azules y que tu voz no envejece. Eso, lo mereces.
No quiero pausas antes de las sogas. No quiero canciones que rayen de corcheas las paredes. Quiero la manzana, sin gusanos ni serpientes saboreando el olor en el aire. Quiero tu risa sin cordeles que estén estirándote el rostro desde el cielo, y tus manos cálidamente frías sobre mis muslos. Hazlos sangrar también. Quiero estar sola, sola contigo y conmigo, después de la cena, a las 8, luego del poema de Pizarnik y de que, mirando la rosa, se pulvericen los ojos.
Voy a subirme en la cumbre de las neblinas. Divisaré el futuro con la daga en tu boca y luego la hundiré en tu garganta, sin pausas y despacio. Degollaré todos los sueños que falsamente me hicieron creer y prenderé el fuego. Voy a arder, toda, y la sangre bullirá a borbotones sobre nuestros sexos. No soy más la niña tonta de la libreta de rayas, no lo soy. Y no me mires, ni tú después, con esa agua que te desciende del labio. Después escribiré, en la soledad de las millas, escribiré: mi cuerpo no lo rasguñarás jamás ni con los deseos.
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