viernes, 16 de septiembre de 2011
Escucha
Casi ni me atrevo a mentir, es la maldición, la del destino, o la piedra, esa que de pronto se te atraviesa justo en la sien y te obliga a obedecer; ¿o acaso es la bendición misma disfrazada del purgatorio? Los curas aprendieron a cerrar las puertas antes del diluvio, ¿y tú?, tú qué has aprendido exactamente. ¿Qué haces con mis manos, con mis recuerdos y mis huellas? Dónde los colocaste cuando cesó el torrencial.
D
i
m
e.
No quiero que me escondas detrás de ella. Me va a doler. No me interesan las criptas de colores rosa, ni las lápidas con epitafios que nada tenían que ver con nosotros, ni esas imágenes descompuestas en algún cuarto oscuro con cerraduras de cobre. No me conformaré con estar en la neblina, o con suerte, dentro de algún cometa que caiga sobre tu casa. No lo haré nunca.
Pero reverencio ante su estirpe. Me vence su valentía, que tiene más verdades que mis miedos. Está hecha de un material diferente, y lo respeto. He crecido lo suficiente para darme cuenta que el sol no se puede abrazar; entonces camino por ese sendero oscuro, el de siempre, ya me lo conozco, como a tu vida.
Cuando vuelvan a encender la luz, tal vez, me encuentren. Si aún los lobos no me han comido la piel. Si aún no me han violado cientos de veces hasta dejarme vacía por dentro.
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