miércoles, 21 de septiembre de 2011
Las palabras, el cuento y el profe
Recuerdo el día con mucha claridad. El profe Eduardo entró al aula con una grabadora en la mano. La clase era de redacción, por eso nos extrañó tanto a todos. Repartió una hoja en blanco a cada uno, y nos dijo que escribiésemos en el papel las sensaciones que produjera en nosotros la música, entonces le dio play a la grabación.
La canción, una disco movida, estaba en inglés. Unos pocos supimos que se trataba de una narración cronológica del ataque a las torres gemelas, y escribimos como tal; otros tan solo anotaron sobre el papel recuerdos sobre las fiestas del fin de semana, o alegorías a la música que prendían mientras hacían el amor. Luego, el profe recogió las notas, y se fue sin decir nada.
Una semana después volvió con nuestras ideas intactas. Volvió a repartirlas. Tomó una tiza y escribió en la pizarra las siguientes palabras:
abanico, búsqueda, cereza, damasco, efeméride, fidelidad, gema, haciendo, insulto, jirafa, kilogramo, lámpara, minucioso, nada, ñame, obelisco, pirata, quirófano, rasurar, súplica, teatro, ubicación, valencia, xenófobo, whisky, yagua, y zafra.
Volteó y dijo: -Ahora, según las ideas que ya escribieron, hagan un cuento donde utilicen cada una de estas palabras. Nos dejó como locos, apenas estábamos en primer añito de la carrera, por lo que el ejercicio parecía mucho más difícil. No sabe el profe Eduardo cuánto nos ayudó, cuánto nos enseño.
Ayer tropecé con esa hoja, la misma que guardé con recelo desde entonces. Aquí les reproduzco el cuento escrito para la clase de redacción hace ya 5 años y un poco:
Un adiós… varios suspiros
El olor a sudor del damasco se hizo insoportable. El vaso de whisky aún estaba al alcance de su mano y la luz de la lámpara se opacó por los rayos de sol que irrumpían, en su búsqueda incansable, por todos lados.
No recordaba absolutamente nada de lo ocurrido la anoche anterior, solo la premura de rasurar las piernas y el pubis e ir al trabajo. Le prometió al esposo un aniversario diferente: algún detalle minucioso, pero ausente de teatro. En el armario encontró un frasco con medio kilogramo de café, le sería suficiente para quitar la resaca y el sabor a cereza de la boca. Más recuperada entró en su cuarto, en el joyero (ese con forma de barco pirata) tomó su diadema favorita: una gema color cielo que había heredado de su madre.
Aún estaba en “la luna de Valencia”, pero logró salir de su hacienda. Arrancó el auto, encendió la radio y se fue. Desde bien temprano conmemoraban la efeméride: un aniversario más de la muerte de Allende. Como no se identificaba con la política, lo consideró un insulto, entonces todo volvió a permanecer en silencio, como si alguien hubiese hecho zafra con las palabras.
El tráfico le permitió divisar una de las jirafas, así reconocía al World Trade Center. Entró con prisa, su oficina lanzaba una súplica violenta. Traspasó el umbral casi que por descuido y chocó con un plato preparado a base de ñame que alguien olvidó recoger. La fidelidad con su oficio la obligó a incorporarse a pesar de la mala noche.
Observó el cuadro suspendido sobre la pared, por primera vez se daba cuenta del color desteñido de la yagua que abrazaba las palmas dispuestas en forma de abanico.
Entonces ocurrió lo inesperado. Algún demente xenófobo arremetió piloteando un avión contra la edificación. Al principio pensó que aún estaba bajo los efectos del alcohol, pero cuando vio al enorme obelisco caer sobre sí mismo, todo cambió de color.
El desmayo la obligó a olvidar la catástrofe. Cuando abrió los ojos nuevamente ya no estaba en el sofá, ni en la oficina, sino rodeada de batas blancas, en medio de un quirófano. No entendía el por qué, y jamás lo hizo. No resistió el percance.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Es un buen homenaje, Melissa, a los profesores Eduardos que nos regala la vida. No tengo dudas de que tu Eva mirona nació, en parte, de un pequeño fragmento de la costilla de él. Por leerte a ti, yo también le debo a Eduardo. Un beso.
ResponderEliminarMeli, qué bueno que traes esas anécdotas aquí. Me hacen recordar aquellos tiempos que en nuestros centros laborales se llenan de nostalgias riquísimas. Como Eduardo, hubo otros profes que nos ayudaron mucho, pero, sin dudas, él hizo historia en nuestro año. ¡Qué bien que conservabas esa hoja todavía!
ResponderEliminarGracias amigo caimán, tener sus palabras en mi blog es todo un privilegio: Eva crece. Y sí, creo que Eduardo se quitó sus costillas y también las repartió en el aula. Un millón de gracias por leer, besis
ResponderEliminarAsí es Ro, gracias a ellos somos hoy nosotros mismos. Y si las nostalgias son ricas, pues que vengan, ajjajja. Viste tenía guardado ese papelito muy bien, jaja, gracias por leer, un besi
ResponderEliminarGenial ese relato creado a partir de una grabación... en ocasione nos quedamos a la espera de que surjan esos momentos creativos, cuando simplemente basta con mirar sobre el hombro y tenemos miles de historias que contar
ResponderEliminarUn millón de gracias por leer, y por su comentario
ResponderEliminar