lunes, 31 de octubre de 2011

El hombre del cinto

Ilustración: Paolo
La reacción fue inmediata. Lo admito: lo miré desde la portañuela hasta la empuñadura del cinto. De manera incisiva. Clavando mis ojos en una zona demasiado atrevida para hacerlo en público. No desvié la vista. No pude. Mis pupilas, y las pestañas, y el iris, y la cabeza, lo siguieron en el corto plazo en que pasó por mi lado.

Lo miré sin permisos y sin pausas, recorrí todo el ciper y descansé sobre la imagen que lucía debajo del ombligo robándole buena parte de la geografía dérmica. Finalmente, no alcancé a verle el rostro, mi atención no se desvió, por eso no sé quién fue la víctima de la ferocidad de mi vista.

Solo que era hombre y que llevaba una figura pegada en la hebilla del cinto. Exhibía a un señor con la mano en alto, detrás, un paisaje poco esperanzador. La imagen era bastante llamativa y digerible para quien se cruzara con ella. Lucía, a la altura de las caderas, al presidente Barack Obama y la Casa Blanca. Lo paseaba con orgullo por el bulevar, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, quién sabe desde cuando.

No sé si acaso la moda se ha vuelto demasiado loca, o que llevar colgados al cuerpo iconos, cualquiera que estos sean, de culturas extranjeras, sea símbolo “bueno” de “algo”. Lo cierto: me causó muchas dudas, me causa muchas dudas el significado real que motiva a alguien a decidirse a caminar con Obama por las calles de Cienfuegos.

Primero pensé que quizás el hombre del cinto era defensor a ultranza de la política norteña, pero eso me causó mucho más dudas de las anteriores, y deseché la idea. No creo siquiera se identifique con las directrices de la política estadounidense, o que, simplemente, lo admire como hombre, como presidente, o como Nobel de la Paz. Eso no lo creo.

Como segundo pensamiento fugaz me vino a la mente que tal vez cuando el individuo fue a comprar los cintos de moda, ese era el único en venta. Y esto último me hizo remitirme a los comerciantes, que por tal de vender…: colocan hasta a Obama como adorno. Quién sabe si un día de estos aparecerá por ahí a precio módico retratos de Bin Laden o Pinochet, quién sabe, en aretes, o collares, o pulsos.

Luego se me trocaron todas las suposiciones, y hasta en sueños me veía tratando de descifrar los porqués, descubrir el motivo real por el cual Obama y la Casa Blanca se colgaron por debajo de las caderas de aquel hombre. Y nada. No dilucidé nada.

Después tuve un poco de miedo. Me preocupa la metamorfosis social de algunos jóvenes, esos que olvidan demasiado en el camino y crecen con ausencias totales. Jóvenes que prefieren recostarse todos los días en las esquinas de la ciudad a negociar sus vidas, y que, al final, nada aportan y mucho tienen. Jóvenes que quizás ya olvidaron al Quijote, y sus molinos se convirtieron en billetes que dan vueltas incansables en sus cabezas.

El hombre del cinto caminaba con orgullo por el bulevar, rápido, con descuido; y yo ni siquiera alcancé a verle el rostro. Eso sí, lo miré de manera incisiva sobre la portañuela, sin pausas y sin permisos, porque aún no entiendo por qué llevaba a Obama enganchado del pantalón.

4 comentarios:

  1. Estos nunca han olvidado al Quijote, porque nunca lo han conocico.

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  2. Es cierto profe... gracias por leer, otra vez, ahora fuera del aula. Besos grandes.

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  3. Melissa: No es una regla; no me creo el "normador" de la empresa, pero si una muchacha lleva a Hillary en una hebilla del pelo, me digo que no tiene mucho en la cabeza. Si un hombre necesita a Barackcito para custodiar su portañuela, pues pienso que...
    Perdona que sea tan mal pensado. Un beso.

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  4. jajajjajaja, pues así es, y nada de mal pensado: toda la razón, un beso. Gracias siempre por asomarte a Eva....

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