jueves, 23 de junio de 2011

Nombres en venta (o en compra)


  La ciudad se me llenó de ofertas. Y cuelgan tablillas por las esquinas, y en el centro, y en los costados (y hasta en las nubes)… tablillas que te deshacen el paladar, aunque el bolsillo diga lo contrario y te muerda la mano antes de que logres atrapar un billete (óigame, aunque sea de a 1). La geografía de Cienfuegos luce bien distinta desde que los cuentapropistas comenzaron a (re) decorarla con sus ventas.
  Por supuesto que me llamó la atención de inmediato: digo la proliferación, casi pareja, de tantas ventanas metamorfoseadas en puntos de desviación del gusto. Aunque debo admitir, y admito, que resultan un paliativo bastante ideal ante la ausencia de opciones gastronómicas estatales. Entonces, iba diciendo: me llamó la atención de inmediato porque me resultó muy curioso, mientras caminaba por mi ciudad gracias a la ausencia de transporte (y que conste que me encanta caminar), encontrarme con tantas y tantas ideas sugerentes.
 
Ideas que, claro está, fomentan la competencia entre una venduta y otra, a veces separadas apenas por dos casas. Me he encontrado tres pizzerías en una cuadra, dos paladares en otra, y hasta cafés y refrescos que llaman a los clientes por su nombre… ¡de todo!, con el fin de vender, durante el transcurso del día, la mercancía planificada.
  Así es. Pero más allá de un bocadito con jamón y queso, o jugo natural (A 2 PESOS), o un que otro dulce, que pueda mantener la ventaja de preferencia entre un cuentapropista y otro; lo que de verdad me dejó boquiabierta fueron los nombres de dichos puntos de venta.
  Parecía yo una loca rastreando Cienfuegos arriba, o abajo, o viceversa, los curiosos nombrecitos; y hasta pedí ayuda, ¡vaya!, que se me convirtió en una adicción sin frenos consumir los títulos de cada uno. Cuando hube reunido bastante de ellos, comencé a buscarles sentido, a entenderlos, y adivinarlos (en algunos casos). Así que no quiero dejar de compartir esta suerte de nombres con ustedes, sé que cuando vuelvan a salir a la calle y los descubran, les llamará tanto la atención, como a mí.
  Qué les parece este: “El Chori”. Vamos a ver: la palabra debe ser un diminutivo de chorizo, así que tal vez este sea un punto especializado en ofertar variedades de este embutido. Piénsese: frito con pan, frito al plato, en picadillo, y hasta puede existir batido de chorizo, quién sabe. O quizás “El Chori” sea el apodo del dueño, igual: quién sabe.
  Aquí va otro: “Los cuatro + 1”. Este es una pizzería, y puede que hagan referencia al grupo cubano de reggetón, por qué, no sé, quizás les guste. O puede que uno de sus trabajadores le de forma a la masa, el otro agregue el queso, el tercero el puré, el cuarto las cocine, y el quinto las venda. Eso también justificaría el nombre.
  Un día choqué con este: “El Tabarich”, una suerte rara entre « rupañol » o «esparuso», pero sin dudas uno muy recurrente. Puede existan personas, como yo, a quienes el nombre nos resultara familiar, aunque no pudiéramos recordar el significado. Pregunté, por supuesto, (tabarich: compañeros), solo esperemos que la comida no se restringa a esa lejana nacionalidad.
  Este, a la verdad, me dejó sin recursos: “El Chiringuito”. Imaginé que podía ser el masculino y en diminutivo, de chiringa, ese papalote de ingenioso costo adorado por todos niños. Quizás al dueño le llamaban así de pequeño porque le gustaba empinar aquel papel al aire, o vaya a imaginar por qué el dichoso nombre. Pero, sin dudas, es interesante, te mueve las neuronas, te da algo de risa, y al final, te deja en el suspenso…
  En un cartel colgante leí: “Ramyoli”. Enseguida pensé en aquellos padres que les pusieron a sus hijos la unión de sus nombres (como fue el caso de mi hermana), sin recatar mucho en el resultado. Así pues, esta cafetería puede pertenecer a Ramón y Yolanda, o a Ramiro y Yolimar, etc. Algunos coincidieron en resaltar lo autóctono, el “yo” individual, esa mezcla resultante del choque entre indios, españoles y negros africanos: el criollo. Entonces exhiben enormes carteles, y con orgullo: “Sabor criollo”, o, “Deleite criollo”.
  Otros me dieron un poco de miedo, por ejemplo: “El Diamante”. Sí, puede ser que haga referencia a la pulcritud y presencia del lugar; pero también puede hacerlo al pago, y eso sí que da temor. Pero más me asustó: “El Lobo”, no sé, tendría que pensarlo para entrar ahí, no me da muy buena Caperucita, digo: espina.
  Hubo algunos que hicieron referencia al lugar donde se ubicaban como: “Prado”, “El Paseo”, “La 5811” (número de la casa), y “La piquera” (junto a caballos y herraduras). Uno muy difícil de desentrañar: “Kua”; y otros un tanto más comunes: “El Gordo” (este sí era por el dueño), “La Rueda” (una pizzería), “El Parador” o “Los Mangos” (no sé si sería por los dueños).
    Así me fui perdiendo por algunos días, dilucidando las inventivas y riendo. Pensando en cuál hubiera puesto yo, o decidiendo, para mí misma, cuál fue el más popular.
  La ciudad se me pintó de mil ofertas, y de nombres…

2 comentarios:

  1. Melissa: Cuando vaya a Cienfuegos voy a montar un timbiriche que se llamará Caimán sí come caimán... Ya imaginas cuál será la especialidad de la casa. Espero me ayudes.
    Más en serio: todas nuestras ciudades se están plagando de esos nomnbrecillos. Pero a menudo los autores tienen dinero... ¡qué caramba les importa el buen decir!

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  2. jajja, así mismo es, poco les importa... pero yo le ayudaré con el Caimán.... de muy buena gana...

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